La semana empezó fuerte: pánico desatado en los mercados de capitales, que volvió a demostrar el camino de indivisible interconexión de las economías mundiales. Aparecieron, empujados por las turbulencias en Wall Street, números rojos en los índices de todo el mundo.

Me gustó una definición que oí el martes, hablando sobre el desplome sufrido en los mercados de capitales que aún metía el susto en el cuerpo. No sólo a inversores, por cierto. Sin embargo, surgió rápidamente una suerte de consenso aliviado en los ‘expertos’, que se (auto) limitaron a hablar de un ‘ajuste técnico’ o una ‘corrección de mercado’. Alguien me dijo entonces que aquí el uso de ‘ajuste’ juega como perfecto sustituto de ‘no sé exactamente qué ha ocurrido’ unido a un esperanzado ‘ espero que no vaya a más’. Compro el símil.

Es casi inevitable no recordar a una ucrónica presidenta Lisa Simpson hablándoles a los norteamericanos de un «ajuste temporal a reembolsar» como un trágala de lo que realmente era: una subida de impuestos (‘brutal’).

Demasiadas teorías económicas y financieras han pretendido dar explicación a los movimientos ‘macro’ o las oscilaciones en los mercados a través de construcciones científicas. Asépticas por naturaleza, matemáticas en la forma, contienen el efecto redentor de la previsibilidad. De la explicación razonada a todo fenómeno económico. Aunque sea a posteriori. Deja un poso de tranquilidad la existencia de una justificación visible, pese a no ser detectada. Imagino que es un consenso que permite abrir al día siguiente. Lo que denota que dejamos atrás algo intrínsecamente mezclado en nuestras economías y mercados: el factor humano.

De hecho, siempre hay una tendencia a interpretar estos sobresaltos financieros desde lo inexplicable o lo difícilmente previsible. Por eso, en las bajadas oímos repetidas las palabras ‘especulación’ o ‘correcciones’ como sospechosos habituales. En las subidas, en cambio, los fundamentales o las condiciones políticas y monetarias son los aliados habituales. Demasiado placebo demasiada buscada simplicidad.

Un contagio bursátil que retrotraía a propios (todos los actores del mercado) y extraños (ciudadanos legos en materia y cortos en inversiones) a momentos más recientes de recesión y crisis, requería un mayor análisis. En este último suceso, el detonante ha sido una caída en la cotización del bono soberano de Estados Unidos, que provocó una salida en masa. La explicación, por tanto, se ha armado desde la inestabilidad política que se vive en USA.

Se cierne sobre la administración Trump un ‘cierre’ gubernamental. Es, en rápido resumen, una verdadera interrupción de los servicios federales, provocada por una falta de acuerdo político sobre el límite de gasto del estado. No se andan con rodeos en la política yankee: sin acuerdo, se produce la clausura de museos y servicios federales o la congelación de gastos.

Es evidente que genera inestabilidad política, pero también es cierto que estas situaciones las vivía, sin ir más lejos, el añorado Obama y que los fundamentales de Estados Unidos (consumo, empleo, inversión, industria) siguen una senda alcista. Así que, como teoría única, para explicar tal ajuste, se antoja corta.

Cuando se produce una inestabilidad de este tipo en los mercados, la pregunta que nos hacemos es: ¿es un tema exclusivamente bursátil? ¿Es de veras una autocorrección temporal o esconde algo más?

En realidad, para averiguar lo que oculta este ajuste el foco debemos ponerlos en los mercados de futuros. Ciertamente, un mercado reservado a operadores especializados, y difíciles de comprender para los no iniciados. Pero que han funcionado como excelentes anticipadores en los últimos cambios de los mercados.

¿Qué nos dicen? ¿Es un ajuste? Me temo que no. Lo que oculta el terremoto en la deuda soberana es que existe un sobrecalentamiento en los activos financieros. Sea en renta fija (por ejemplo, los bonos nacionales) o en variable (acciones) la tremenda abundancia de liquidez ha propiciado un crecimiento de precio de todos los activos por encima de su valor real, Y por encima de la situación de la economía real. Por eso no me extraña que determinados fondos (Buffet o Blackstone) empiecen a salirse de los mercados e inviertan en compañías y nuevos modelos de negocio.

Porque, si se fijan, es una burbuja. Que estallará. No sabemos cuándo, pero lo hará. Y el ajuste ya no será tan efímer.

<b>* Abogado, especialista en Finanzas.</b>