TDte todos los sitios que conozco, hay dos o tres a los que no pienso volver jamás. Seguramente, al leer esto, os estaréis imaginado que hablo de lugares que detesto, en los que he tenido una mala experiencia o que me parecen feos, aburridos o peligrosos. Pero no, en realidad es todo lo contrario: hablo de aquellos en los que he sido feliz. Lugares que me regalaron momentos que deseo conservar intactos en mi memoria para siempre y a los que no tengo ninguna intención de sustituir por otros parecidos porque son, y quiero que sigan siendo, únicos.

Me han propuesto ir este fin de semana a Lisboa. Pero Lisboa es uno de mis lugares sagrados. No puedo profanarlo. Me da miedo volver y comprobar que ya nada es igual, que es imposible revivir las mismas sensaciones. Estaría bien que existiera una máquina capaz de escanear y fotocopiar instantes felices, presionar un botón y calcar todos sus detalles: el ambiente, la compañía, las circunstancias, el estado de ánimo, el grado exacto de ilusión y de entusiasmo, la magia, los gestos, la risa, las palabras y hasta la humedad relativa del aire.

Puede que el tiempo, la nostalgia y yo tengamos la manía de idealizarlo todo, puede ser, pero hasta que alguien invente esa máquina, no me arriesgo. Prefiero que Lisboa se mantenga en mi memoria así, fascinante y seductora, tal y como yo quiero recordarla. Como dice Joaquín Sabina en una de sus canciones: "al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver". Agradezco el consejo. Dicho sin tanto lirismo, yo también paso de decepciones. Por eso, este fin de semana, me quedo en casa.