En la venganza el más débil suele ser siempre el más feroz.» Tengo leído que lo dijo mi admirado Balzac. No sé dónde. Otros dicen que lo dijo otro. Tal vez. No tiene mucho mérito afirmar tal cosa. Es evidente y mil veces probado. Así que, dijéralo Agamenón o su porquero, teman ustedes siempre la venganza de los débiles. Pedro Sánchez, por ejemplo.

Se ha consumado el, digamos, reajuste. Solo los partidarios, solo los que han rendido armas y pleitesía al sumo sacerdote, van en las listas. Lo de purgar partidos viene de antiguo. Casi de tan atrás como lo de purgar piojos. Que se lo pregunten a Grigori Zinóviev o a Nikolái Bujarin. O, por la otra banda, a Ernst Röhm. Aunque quizá ningún pasaporte a la otra vida tan brutal como el que los comunistas le dieron al, también comunista, Andrés Nin. ¿Dónde está Andrés Nin? En Burgos o en Berlín, pintaban por las paredes de la España republicana los mismos que lo apiolaron con saña. Contra los cuerpos la violencia, contra las almas la mentira.

No están los tiempos para apiolar con saña. Al menos, en Europa. Ahora más bien se defenestra, eso sí, con la misma saña de siempre. Se laxan impurezas. Es el toma y daca de la política. Supongo que en todos los partidos ocurre, en una u otra medida. Donde hay manada hay jerarquía y quien se enfrenta al toro dominante, o mata o muere. Es la aplicación del darwinismo a la vida política. El PSOE, por ejemplo.

¿Quiénes ocupan el lugar de los caídos? ¿Quién decide quien? ¿Es solo venganza o mera conveniencia? Iván Redondo, cual nuevo Colón, ha señalado el camino. Él ha abierto las puertas de la política a los personajes del papel cuché. A los no profesionales, ha dado paso a un nuevo modo de acceder a las más altas magistraturas de la nación. Y otros partidos le han copiado. A Iván. Al PSOE. ¿Es Iván el PSOE?

Pedro Sánchez se ha deshecho de sus opositores dentro del partido. Ha ajustado cuentas. Solo ha perdonado a los que se le han rendido (y no a todos). Esto es quizá lo más sórdido de todo este asunto, que el mérito no parece interesar en el nuevo PSOE. Después de estas elecciones el partido habrá dejado de ser el que era. La ese, más que socialista, parece que quisiera decir sanchista. Los ha barrido. Los que patalean ni siquiera asustan.

El asunto de fondo es la ideología que sustenta a este nuevo partido sanchista. Lo más probable es que no tenga ideología alguna. El nuevo PSOE se funda sobre dos ejes, y los dos fruto de la ascendencia de Iván Redondo sobre Pedro Sánchez: pildorazos publicitarios de refinada perfidia política y culto a la personalidad del caudillo. Y, sobre ellos, sujeto con alfileres, un programa enclenque y mutante. Un programa de mínimos, siempre moldeable, más o menos difuso, como exige el camaleonismo político que practica Redondo. Eso y los restos del otro caudillo, el que duerme sueño eterno, conforman el único corpus de pensamiento conocido del sanchismo.

Y, como siempre, la coda extremeña. De momento Vara ha sido indultado por su buen comportamiento en el último tercio de la faena. Pero si pierde en mayo, ¿qué oscura mazmorra le preparará el ínclito Iván Redondo? Es solo cuestión de conveniencias. Iván no es vengativo. Porque Iván es fuerte. Iván, como casi todos los nacionalistas vascos, trabaja las ideas con calculadora. Suma y resta. No es ni socialdemócrata, ni comunista. Ni siquiera de derechas. En su calculadora no existen tales teclas. A Iván, de momento, le va bien (lo suyo). Él solito se ha echado el partido de Sánchez (antes PSOE) a las espaldas. Y Sánchez tan contento. Ya se decidirá más adelante quien paga la juerga y qué conejo sacar de la chistera. Estos son mis principios y, si no le gustan, tengo otros. ¿Primarias? ¡Qué error, qué inmenso error!