TEtn los solemnes congresos de los partidos, donde en teoría se tendrían que discutir los asuntos ideológicos, hay una ponencia, que ni siquiera lo es, y que atrae el entusiasmo más fervoroso: la composición del comité ejecutivo. La ideología es la base sobre la que se asientan los partidos, pero estar o no estar en el cuadro directivo es el ser o no ser de los políticos.

A medida que se acerca la cita electoral comienza en los partidos la tarea más peligrosa: la composición de las listas, origen de enfados, desafecciones, dimisiones y cabreos diversos. El militante puede o no estar de acuerdo con la política fiscal que va a defenderse o con cualquiera de las grandes cuestiones, pero esas divergencias nunca originarán rupturas abruptas. Ahora bien, si lo que se dirime es el puesto en las listas electorales, entonces, estamos hablando de las cosas de comer.

Nunca hay más sillas que culos, por lo que siempre es un momento inquietante, pero si las encuestas aportan indicios de decadencia, como es el caso del PSOE, entonces la composición puede adquirir tintes dramáticos. En las elecciones generales, además, hay que colocar a los de Madrid , y empiezan a aterrizar ministros y secretarios de Estado, y responsables de las grandes áreas del partido sobre provincias donde los paracaidistas puede que no hayan dormido ni una noche en toda su vida.

Los locales intentan defenderse de los forasteros con la táctica del cerrojo, pero el centralismo consuetudinario de los grandes partidos tiene unas cizallas muy potentes, que hacen saltar los candados más robustos, y, tras los disgustos y depresiones correspondientes, salen a la calle, diciendo que están muy contentos de que Fulanito venga a Provinzalandia, porque Fulanito siempre ha ayudado mucho a Provinzalandia.

Los listos son los que entran en las listas. Luego está la pedrea, que consiste en ser amigo de uno de los listos y, todo ello, naturalmente, por si alguien lo duda, redunda en beneficio para el país.