WLw os más de 500 incendios que asolan la Rusia europea y que han convertido a Moscú en una ciudad peligrosamente irrespirable son una catástrofe que tendrá efectos gravísimos. La sequía y las elevadísimas temperaturas registradas en las últimas semanas, más cerca de los 40 grados que de los 25 habituales en verano, son producto de una naturaleza que el hombre no puede domeñar. Sin embargo, el hombre sí puede evitar que el desastre adquiera características dantescas como las registradas en esta emergencia.

La Rusia de Putin y Medvédev, con ambiciosos proyectos para situar al país en la vanguardia tecnológica, ha quedado en evidencia por algo tan elemental como es la falta de bomberos, unos medios antiincendios obsoletos y la desidia ecológica que ha permitido secar las turberas junto a una cultura de explotación de los recursos naturales en vez de una cultura de protección del medio ambiente. Todo ello se produce en un marco político altamente centralizado, donde los dirigentes regionales se miden no por su eficacia, sino por su lealtad personal a los dos zares moscovitas.

La supresión del Ministerio de Medio Ambiente en el 2000 y la reforma de la normativa forestal en el 2007 han dejado a Rusia huérfana de un auténtico sistema de protección y de lucha antiincendios. Los bomberos profesionales suman 22.000, una cifra a todas luces insuficiente para un país de enormes dimensiones que se extiende por dos continentes, y en el que tampoco existe un cuerpo de voluntarios.

Además de bosques, en Rusia están ardiendo grandes extensiones de turberas con efectos altamente contaminantes que son los que afectan directamente a los moscovitas. La turba es un combustible fósil que se acumula en lugares pantanosos. Ya en los tiempos de la Unión Soviética se permitió el drenaje de las marismas para aprovechar la turba convirtiendo aquellas tierras secas en un polvorín, como el que ahora está asfixiando Moscú. Parte del desastre se debe también a la pésima capacidad de reacción de las autoridades, que infravaloraron los efectos devastadores del fuego e intentaron ocultar el número de víctimas.

En este escenario, causa sonrojo la actitud del primer ministro, Vladímir Putin, quien, para intentar aplacar las críticas, se subió ayer a un hidroavión para apagar incendios forestales en la región central de Riazán, una de las más afectadas de este país. Putin asumió las funciones de copiloto en la cabina de un hidroavión Be-200 y dirigió las operaciones de recogida de agua y su vertido.