THtace dos veranos vimos como se calcinaban los mejores parajes de Extremadura, asistimos perplejos a la devastación de gran parte del territorio portugués y supimos de recetas tan descabelladas como las de ese líder mundial que abogaba por la eliminación de los bosques para evitar los incendios. Han pasado dos años y hemos aprendido poco: un año seco, altísimas temperaturas y fuerte viento son ingredientes peligrosísimos para andar jugando a las cocinitas en pleno monte. Esta vez fue la negligencia pero podrían haber sido las malintencionadas pretensiones de los especuladores o un mal rayo que parta los pulmones de la tierra.

Los incendios forestales no conocen fronteras y la lucha contra ellos no puede estar encorsetada por protocolos de competencias administrativas que el fuego convierte, en unos segundos, en incompetencias.

Los lamentos y reproches no resucitan a los fallecidos ni regeneran la tierra quemada: es la hora de planificar, de prevenir, de programar actuaciones de limpieza para los meses de invierno, de coordinar recursos, de educar a los ciudadanos y de replantar con especies autóctonas. Hacer un mundo más habitable y sostenible necesitará más esfuerzo, más talento, más ciencia y, sobre todo, menos domingueros.

*Profesor y activistade los Derechos Humanos