Binomio y moneda, eternos. El llanto embrida la alegría, pero no la opaca. Y hasta llegó a ser salmo excelso en el arpa del bíblico David , arrepentido. Mas el lloro puede esconderse, cual la "furtiva lacrima" de Pavarotti , o se muestra, almibarada, como en la película, "Sonrisas y lágrimas", de Julie Andrews . La risa estalla, incontenible, y la canción hace mitos alborotados con lágrimas de "cante jondo", junto a una guitarra que llora... Está la lágrima fácil que fluye al menor pretexto, la que duele y la que serena y purifica. Y está el gozo que nos hace vibrar y nos arropa en los agravios. Hasta se ha dicho que el que hace reír merece el paraíso. Por ello no es de fiar el que nunca ríe.

¿Quién no ha llorado, alguna vez, sin falsos pudores? Como Cortés en su "Noche triste"; lloran reyes y vasallos, altos ejecutivos, el general derrotado y el perdido en un desierto; mendigos, desahuciados y el joven sin trabajo, el objeto de traición y el que rinde cuentas en dura cárcel. Llora la mujer, víctima de la violencia de género, el adolescente sexualmente mancillado, y hasta la planta por falta de riego y el pájaro al que le quemaron sus bosques. Y esa madre que, en el éxodo sirio, de barro, frío y hambre, lleva en su regazo un rapaz de ojos asombrados... Pero ríen los honestos, los que lograron, en buena lid, lo soñado, y quienes no se enlodan en recalificaciones urbanísticas y otras ciénagas... Y están los goces impostados de políticos mesiánicos que, muy engallados ellos, hacen alardes de dudoso gusto o exhiben falsos éxitos y excesos emocionales, en el templo de la palabra soberana.

Es evidente que, hoy, observamos que el mundo llora más que ríe; por eso vamos al teatro, al cine o de copas, o buscamos un programa de televisión donde todo sea vacía frivolidad, como alivio y soplo de aire fresco, contra el hartazgo político-social que nos agobia. Ante esto, no faltan excelentes terapias, pues la lágrima como la risa tienen su lenguaje ritual; por eso conviene que estos sentimientos se armonicen bien, para lo que son oportunas las palabras de un famoso psiquiatra que, ante el actual panorama de falta de madurez afectiva, invita, como objetivo de educación emocional, a conseguir un equilibrio entre el corazón y la cabeza, entre lo afectivo y lo racional. Pues es grave error buscar el placer a toda costa, pues no todo vale, sino saber dosificar, en una "inteligencia emocional", los llantos y las alegrías, gustos y disgustos, gozos y sombras...