Antes o después tenía que hablarles de FEVAL. Ni es plato de gusto, ni acababa de atreverme. Estando el asunto abierto, antes que de opinar, era tiempo de oír y callar. Ahora, créanme, lo hago con pena y con apuro. «Odia el delito y compadece al delincuente», escribió Concepción Arenal. Tal máxima se leía, esculpida en mármol, en el frontispicio de la vieja cárcel del Pópulo de Sevilla. Yo la llevo esculpida en el mármol caliente del corazón. Conocida la sentencia, y a la espera de los recursos pertinentes, no les miento, siento pena. La condena es severa. La fundamentación del fallo resulta rotunda. No seré yo quien la critique. Jurídicamente es aplastante. Y, sin embargo, me resulta amarga.

Donde muchos años se gobierna, se corre el riesgo de hacer del poder una panoplia de corruptelas. A más poder, más corrupción. Eran más de veinte años en FEVAL. Premiados, colocados, amparados, tapados por el poder casi omnímodo de un PSOE instalado en el machito a lomos del PER, del retraso secular, de los señoritos de siempre disfrazados de buen rollo y del voto del miedo. Antes o después, a más de uno el cargo se le hizo cortijo. Tanto tiempo con la llave del cepillo que, al final, más de uno pensó que el cepillo, y las limosnas que contenía, eran de libre disposición. Lo del cortijo es una metáfora manida, pero manida, sobre todo, por cierta. Mandar mucho hace creer que se goza de cierta impunidad para pepinazos de toda laya. Después de tantos años ocupando plaza de mandamás, en el baile de palacio, creen gambetear de rositas. Y se les va la mano. Ahora y en los tiempos del Lazarillo. Aquí, allá y acullá.

Pero siempre quedará alguien que dé la cara. Un periodista sin miedo, un tipo capaz de encarar el descrédito y los insultos, con tal de contar la verdad que pasa por delante de sus ojos. Lo de FEVAL sin David Vigario, sería nada. Mejor dicho, sería más. Tapado, conocido por los obligados a tragar, pero desconocido por el pueblo soberano que ha hecho justicia por mano de sus jueces. El periodismo de investigación, de compromiso y de sacrificio; el periodismo de los valientes. Vigario ha sido acusado de mentir, de fabular, de servir a los malos. Y los malos más malos que lo decían ni siquiera torcían el gesto. El PSOE ha negado la mayor durante años, y ahora, echándole más descaro aún, afirma haber sido el propio partido el que descorrió los velos del enredo, del crimen, del delito, de la corruptela, del chanchullo, del lenocinio, del trinque, del saqueo, del pillaje o como quiera que se llame entre rateros. Escrito está. Es evidente que, en Extremadura, el PSOE va por delante en trapacerías. La lista de condenas es larga, casi tan larga como sus muchos años en el poder. Pero, aún así, yo quiero seguir creyendo, y aún creo, que corruptos son los hombres, no los partidos.

Termino. En la sentencia se recoge, y me ha llamado la atención, un detalle menor. En FEVAL había una máquina expendedora de tabaco ilegal. Durante años fue desvalijada impunemente ajena a toda contabilidad. Es malo tener la llave del cepillo, despedir a los que osan alzar la voz y repartir prebendas a conveniencia. Ya hay sentencia. Ahora nadie conoce a los condenados. Ni en el partido, ni fuera. Y a mí me apena que todo esto pase en Extremadura. Hoy como ayer. Y conocidas las condenas, clavados los ladrones en la cruz, no seré yo quien les escupa. Hago votos porque, en otra instancia, todos puedan resultar exculpados. Pero mientras tanto, ahora sí, alguien debería pedir perdón por insultar, sin rebozo ni medida, a un periodista solo por hacer meritoriamente su trabajo. Por informar en libertad. ¿Lo otro? Lo otro es volver al cortijo de Azarías. ¡Ay, milana bonita!