Ha costado, pero al fin se ha logrado un acuerdo sobre el programa nuclear iraní. No es el pacto del siglo ni va a cambiar Oriente Próximo de la noche a la mañana. Es un primer paso, limitado, temporal, específico y reversible hasta la consecución de uno definitivo en seis meses.

Las cautelas permanecen. Pero ello no resta importancia a lo conseguido en Ginebra por el ministro de Exteriores iraní y sus homólogos de EEUU, el Reino Unido, Francia, Rusia, China, Alemania y la representación de la UE. Las ambiciones nucleares de Teherán, presuntamente dirigidas a la consecución del arma atómica, han dominado la agenda política de Washington y sus aliados durante una década y en más de una ocasión parecía posible un ataque militar contra las instalaciones iranís.

Irán puede decir que ha visto reconocido su derecho a enriquecer uranio, y los demás países, la presentación de un programa de suspensión de los puntos más controvertidos de su proyecto nuclear que lo ralentice.

El acuerdo ha sido posible porque las sanciones económicas impuestas por la comunidad internacional han funcionado. La victoria electoral hace pocos meses de un moderado como el presidente Hasan Rohani certificaba la urgencia de un cambio que aligerara las dificultades económicas de un país al que no le falta riqueza en forma de petróleo, pero que no podía recuperar los beneficios de su venta.

En EEUU, el presidente Barack Obama está dispuesto a cerrar el ciclo de intervenciones armadas que impulsó su antecesor, George Bush , y a no dejarse llevar por el belicismo de aquel lobi neocon que puso a Irán en el Eje del mal.

Este acuerdo ha impulsado extraños compañeros de viaje. Israel y Arabia Saudí son los más acérrimos críticos de lo firmado en Ginebra. Binyamín Netanyahu , el primer ministro de la única potencia nuclear de la zona y no sometida a control, ya ha calificado el pacto de error histórico. En el Riad suní alarma la reaparición de la fuerza regional chií así como la traición de EEUU, el aliado más fiel de la casa de Saud. Ambos países harán todo lo posible para descarrilar el proceso, pero no serán los únicos. Obama tendrá en el Congreso una oposición impenitente. Que el acuerdo de Ginebra tiene riesgos, sin duda. Que hay que intentarlo y aprovechar el naciente clima de confianza, seguro.