Ahí van estas palabras. Palabras como lágrimas. Sin otra métrica que el manantial de las que manan. Lágrimas sorbidas y vueltas a llorar. Extremadura, de cabo a rabo. Cinco sílabas como cinco rosas marchitas. Once letras para una sola y triste endecha. De siempre. Para siempre. En caída libre.

Solo palabras. Hechas más de emociones que de reflexiones. Reflexionar sobre Extremadura da frío (y cagalera). Más desharrapados que un pobre de Dickens por Navidad. Más que guante, mitón. A la puerta de un mingitorio, arrumbada, una bufanda enorme para un catarro que no se nos cura. Echen cuentas los que las sepan echar, y, al cantarlas, lloren guitarras, lloren…

Leo que ya hay convocada un manifestación contra el matadero que se pretende construir en Zafra. No sé nada de mataderos. Ni he de saberlo ya. No sé si bien o si mal. Solo sé que se alzan, nos alzamos contra el matadero. Y contra la refinería. Y contra la mina de litio. Y contra Almaraz. Y contra Valdecañas. Nos alzamos contra nosotros mismos; contra la misericordia que nos debemos a nosotros mismos. Ni sé, ni quiero saber. Solo me queda, en el apostadero de vivir aquí, el llanto. Hijuelas de llanto. El llanto en herencia. Para nuestros hijos una legítima inmensa de llantos como inmensidades de siesta. España, y, acurrucada, sesteando, Extremadura. Valga el litio la pena… o no la valga. Reviente por oriente Almaraz... o pasten las ovejas. Extremadura como una maldición bíblica. A los pies del monte Sinaí, esperando la venida un dios que no sabe madrugar. ¡Que nadie pise el monte! ¡Que nadie levante allí obra alguna! Los ojos a flote y la marea al cuello.

Benditos (por inocentes). ¿Qué gota de sangre nos han robado? ¿Dónde la hemos derramado que al mirarnos dentro no la vemos? ¿En qué orilla de qué mar? ¿En Madrid? ¿En Vizcaya? ¿En Cataluña? ¿Dónde nos hemos muerto? Me faltan números, letras… Las razones me tiemblan. Me falta una voz de mando y el eco sonoro y grave de una bandera azotada por el viento. Me queda una esperanza huérfana (ahora que ni siquiera tengo tierra donde echarla a germinar).

A Gallardo le han tumbado. Demasiado Gallardo para no irse del pueblo. Ayer mismo, en sus letras del viernes, Antonio García Salas nos recordaba que, entre ciento setenta medallas de Extremadura, solo una se honraba de adornar el pecho de un empresario. Ni siquiera extremeño. Ni un solo empresario extremeño… Ni una sola luz… Ni una sola aventura… Como si no fuera con nosotros lo de crear riqueza. Como si crear riqueza encerrase la sospecha de un crimen. Como si dormidos estuviéramos mejor que durmiendo. Y, mientras el genio duerme, los trenes solo saben partir (para no volver). Ni mataderos, ni minas, ni museos de la caza, ni perritos que nos ladren. ¡No! Porque el pavo del museo de la caza presume de franquista y el del litio tose. ¡No! Porque Valdecañas engorda (el cepillo del párroco). Solo nos queda Greta; una gorra de plato, un coche eléctrico y un chófer al que llamar Azarías. Y ya no lloro porque de tanto mearme las manos me estoy secando por dentro.

Lo contaba ayer García Salas. Contaba que Gallardo bien merecía una medallita (aunque fuera de cartón). Tamaña osadía le costó más de un vómito. Que si los fenicios roban, que si no habrá rico que pise el monte Sinaí,... No, no lo habrá. Pisará otros montes. Emigrará. Como lo hicieron sus padres y sus abuelos. Una maleta de cartón (un título universitario) y la promesa de no volver.

Extremadura en silla de ruedas. ¡No! No al matadero porque genera violencia, porque dispara los índices de criminalidad. Al menos eso afirma una de las convocantes de la manifestación contra tan execrable industria. Lo dijo en la COPE. Tal cual. Ayer. Ayer se dijeron muchas cosas… Hablar por no llorar. Se llama Extremadura, cinco sílabas como cinco rosas marchitas, once letras para una sola y triste endecha… ¿Por siempre? ¿Para siempre?