TEtl monte, llano, está como alzado. Hay un larguísimo otero que se expande hacia los cuatro puntos del orbe. Cuando íbamos al cazadero, recorriendo un arapil inmenso, se divisaban, diría uno, Castilla la Vieja al norte y al sur los llanos del viejo Alándalus. ¡Cristo, qué amplitud de espacios!

En un verbo, del alto gris del cielo empezó a caer la garúa. Lloviznó muy lindo casi toda la mañana. Garúa, orballu, chirimiri, calabobos, llovizna, Y encima con frío. Magnífica jornada de caza. Ya pueden los elementos fustigarnos, que ahí estamos, escopeta en brazos, acechando el vuelo de esos pájaros que nos subyugan. Como Rodrigo ha vuelto de su aventura napolitana, (está allí sirviendo en los Tercios Viejos del Sr. Duque de Alba), la perra "Ari" ni mirarme. Se va a la caza al salto con él y yo de plantón a verlas venir. Nunca mejor dicho, porque a eso vamos precisamente: A verlas venir y a tratar de tomarles los puntos en su vuelo precioso y preciso.

Al cabo, la gorra goteaba, el gabán rezumaba lluvia y los bajos de los pantalones pesaban por el agua acumulada. Qué más da. Hubo luego un alivio para el azote de la intemperie. En un galpón con alcabor y lumbre nos sentamos a chascar de incidencias y a darle al asado y al jarro.

A mediodía tomábamos un cafelito reconfortante y regresábamos a la paz del hogar. Así da gloria. La gloria de la llanura, que se empapa del agua de la llovizna y va formando venerillos cristalinos, que alimentan a los regatos, que medran en los arroyos, que llegan al Tamuja, o al Guadiloba, o al Almonte, que es el Tajo hacia la mar, que es el morir. Sic transit.