Si ya dice el refrán que «no hay cosa peor que un pobre jarto de pan». Un dicho que, aunque tiene un tufo bastante clasista, ciertamente guarda, como la mayoría del refranero popular español, algo de verdad. Los ya innumerables casos de desviación de fondos, cohechos, sobornos y todo tipo de malas prácticas y corruptelas que se están destapando en el país de un tiempo a esta parte vienen a demostrarlo.

La posible trama de financiación ilegal de UPA-UCE Extremadura descubierta esta semana, con la que la organización agraria habría obtenido hasta 1,8 millones de euros de manera ilícita, tan sólo supondría una gota más en el inmenso lodazal de dinero que llegó fácil y cuyo fin siembra dudas. Lo prueba la calle, la poca sorpresa que muestra la gente sobre el asunto.

Ya al margen de ilegalidades, también cabe preguntarse dónde ha ido a parar la ingente cantidad de millones con la que Europa ha regado esta tierra, hacer autocrítica y preguntarse cuán acertado ha sido su destino. ¿Dónde están los frutos? Mejoras ha habido, sí, muchas, pero hay quien duda de que éstas se correspondan realmente en equivalencia con el dinero invertido, cuánto provecho común se ha sacado de él.

Quizá deberíamos haber avisado hace tiempo, a esos señores y señoras burócratas de Bruselas, de que lo más necesario es la creación de un tejido laboral fuerte, con cuyos impuestos se pueda cubrir después todo lo demás, sin necesidad de limosnas.

Hace poco leí un reportaje sobre el desarrollo de la región de Laponia, en Finlandia, la cual gracias en buena parte a la ayuda de los fondos europeos había pasado de ser una zona económicamente deprimida a convertirse en un área dinámica. Y cómo este paradigma contrastaba con el cierto inmovilismo que aún hoy mantienen las regiones mediterráneas, inclúyase Extremadura, que no consiguen salir del vagón de cola económico.

¿Son más listos los finlandeses? ¿Más trabajadores? Pues no. Pero habría que releer el refrán y admitir que quizás algunos pobres a lo mejor no saben manejarse del todo bien cuando de repente le cae una lluvia de millones del cielo.

Del mismo modo que los agricultores, que suelen agradecer algún chaparrón, saben que demasiada agua puede provocar un descontrol y acabar arruinando al final toda la cosecha.