Dramaturgo

Duele la luz exagerada de la siesta, duele el silencio, el vacío en el paisaje. ¿Dónde estáis, renegados del sol, dónde os escondéis? Cuando el sol se desborda, engendra silencio. Y en medio del silencio, Lluvia, fumando descarada, apenas entrevista en el banco de la estúpida y anónima plaza. Acaba de salir de su crisálida, trece años, tras la última bronca: "Me cago en tu puta madre... mi abuela".

Incapaz de soportar el rosario de la aurora, la misma cantinela de siempre, las verdades del barquero, la perorata de cada comida... el bla, bla, bla... Acaba de salir del cuento de Caperucita, del amor de madre y padre, de la cuna tibia y de los besos con velas y chocolate. "¡Estoy harta! ¡Estoy hasta los...! ¡Como harto está el jilguero, y más harto el perro, y muchísimo más, pero mucho más, mi madre o mi padre! ¡Me voy!".

Duele la luz que engendra silencio. Por estrenar, aún, su nombre. Desconocida, fuma descarada y a nadie espera. La primera siesta sin sus voces, el primer desgarro de la incomprensión. Su nombre nuevo en esta estúpida y anónima plaza, Lluvia, trece años, un cigarro pillado al vuelo antes de salir, una tarde encontrada bajo el sol, una noche decidida a dormir bajo las estrellas. Incapaz de soportar la espera de los interrogantes, la letanía de los reproches, la vida que quiere cerrar el misterio.

Un hombre me pregunta y respondo que la vi, que fumaba en aquel banco, que me hacía gracia su nombre, Lluvia, que me dolía su mirada y que al volverme para contemplarla mejor, no estaba... Lluvia camina por las avenidas nuevas, el rencor hace que empiece a olvidar. El hombre se aleja y el sol duele con silencio y oscuridad.