"Lo he leído en Facebook". Esta frase resulta recurrente de un tiempo a esta parte, hasta el punto de que esta red social y también otras se han convertido en los últimos años en un recurso informativo con carta de veracidad comparable a la de cualquier medio de comunicación. Y no puede ser aceptable.

Las redes sociales parecían un recurso pasajero, una moda de las que van y vienen, pero, visto lo visto, con la proliferación de terminales móviles, han venido para quedarse y hoy día forman parte del quehacer cotidiano de millones de personas. Sin embargo, no son un medio de comunicación más por mucho que algunos las utilicen para ello y por mucho que algunos de sus usuarios así lo crean sin tener en cuenta quién es su emisor y qué intenciones tiene, algunas veces espurias u oscuras. Existe la máxima de que la cosa publicada resulta verdad por este mismo hecho. Y no es cierto, depende de quién la firme y respalde, y de los datos o pruebas que se aporten teniendo en cuenta criterios profesionales de objetividad, y fuentes confirmadas y contrastadas.

En esta confusión tenemos parte de culpa los medios de comunicación y los propios periodistas, por entrar en ese juego de utilizar las redes sociales mezclándolo todo, incluso lo público y lo privado, pero fundamentalmente por no reivindicar el papel que tenemos asignado en nuestra sociedad y que nos otorga cualquier democracia debidamente constituida.

No se trata de de mirarnos el ombligo ni creernos el mismísimo Robin Hood, pero sí tener claro qué responsabilidad han de asumir los medios de comunicación y los profesionales que trabajan en ellos. Para empezar, no todo lo que pasa se publica. Se hace un ejercicio de responsabilidad todos los días y, desde que existe internet, a cada momento. En la Facultad de Periodismo siempre se dice que es mucha casualidad que todos los días ocurra justo los que cabe en un periódico. La ironía resulta a la vez esclarecedora para determinar el poder de selección y compromiso que tiene cada medio de comunicación con sus lectores, oyentes o televidentes a fin de difundir sólo aquellas informaciones que son noticia bajo cánones profesionales y que no atentan contra la intimidad de las personas.

Los periodistas de cierta antigüedad, los que nos criamos en redacciones donde, increíble, no existía internet ni teléfonos móviles, nos ha cogido todo esto con el pie cambiado al tener que competir con profesionales o medios que han nacido directamente en la red. Sin embargo, estoy convencido de que los cánones de antaño son perfectamente extrapolables a hoy y que el rigor y la profesionalidad deben ser los mismos a la hora de informar y abordar un determinado hecho.

Facebook y Google, la red social y el buscador, han empezado a entender que no pueden seguir cerrando los ojos y dejar que el nuevo escenario de comunicación que se nos ha abierto en los últimos años sea una especie de territorio comanche donde campe a sus anchas todo aquel que quiera. Se ha dicho que las pasadas elecciones americanas han sido las de la postverdad, que cada vez más votantes reciben la información sobre las campañas no a través de los medios de comunicación tradicionales, que cuentan con cánones o estándares profesionales de verificación de las noticias, sino a través de las redes sociales o buscadores, en los que la noticia falsa y la realidad valen lo mismo. Y han dicho que basta, que ha llegado el momento de actuar tras comprobarse que en plena pugna electoral se crearon webs con el único propósito de difundir noticias falsas que, para más inri, luego eran compartidas masivamente en redes sociales, lo cual permitía a esas mismas webs recibir dinero a través de la publicidad que les colocaba Google. ¿A dónde hemos llegado?

Hay que hacer un ejercicio de reflexión. Internet forma parte de nuestras vidas y va a más, sin saber aún cuál es su próximo paso. Y las redes sociales tienen su papel, sobre todo en las generaciones venideras, que no entienden su vida sin ellas. Cerrar los ojos o meter la cabeza en la tierra como el avestruz es absurdo. En consecuencia, habrá que afrontar el reto desde los medios de comunicación que quieran seguir siéndolo, actuando con responsabilidad y explicando siempre que se pueda, o denunciando si llega el caso, que leer algo en Facebook, Twitter o cualquier otra red social no tiene por qué ser cierto si detrás no está el respaldo de un medio de comunicación, con una línea editorial, la que sea, pero liderado por periodistas.