TCtomienza un año lectivo y es tiempo para recordar a una profesora que cada vez que acababa el curso pasaba una encuesta a sus alumnos. Preguntaba si algo les había parecido bien (en caso de existir) y obligaba a que, como mínimo, nombraran una cosa que no les hubiera gustado. Esta última cuestión se acabó por convertir en un suplicio para los alumnos y cada vez era más difícil arrancarles poco más que un adverbio desganado. Aunque pudiera parecer lo contrario, aquella profesora comentaba que sus alumnos, a pesar de su cercanía, la veían como un poder ante el cual se es instintivamente temeroso y sumiso. En aquellos cuestionarios recogía elogios y adulaciones, pero siempre dice que lo que realmente le ha servido han sido las críticas: de ellas aprendió a repartir mejor la atención, a ser más paciente, a elogiar cada pequeño avance o a tener gestos humanos y llenos de afecto. Nada sacó de los aduladores, pero de los que se atrevieron a plantear sus puntos de vista con sinceridad y sin miedo aprendió a equivocarse menos y a comprender mejor a sus alumnos. La crítica nos puede hacer rectificar, la lisonja nos puede hacer perseverar en los errores.

*Profesor y activistade los Derechos Humanos