Todo el mundo tiene derecho a ponerse límites. Los musulmanes no catan el jamón ni el vino, los testigos de Jehová no quieren transfusiones de sangre ni de Eduard Cullen, los jipis tiran poco de jabón y el Atleti le tiene aversión a la victoria. Los de PETA, pues, también tienen su pedrá en la cabeza y no quieren oír ni hablar del uso de los animales como comida, vestimenta, entretenimiento o para la experimentación. En unos aspectos tendrán más razón y en otros menos, estaremos también más o menos de acuerdo con ellos, pero la cosa no es como para meterlos en la lista de grupos terroristas, como ha hecho el último Nobel de la Paz. Porque, a ver, ¿qué terrorismo es el de PETA? ¿Fotografiar famosos en bolas? ¿Manifestarse pacíficamente contra el maltrato animal? ¿Creer a pies juntillas que los animales son como en las pelis de Disney?

Porque la cosa no va sólo de PETA, sino de la criminalización de movimientos sociales pacíficos, y de la sumisión, e incluso aplauso, de la gente de bien al recorte de libertades. Aquí en España ya hemos tenido casos de todos terroristas , como el de la fundación pacifista Joxemi Zumalabe , y también de palmeros y afónicos ante estos atropellos.

Y ya, por si las autoridades le han cogido el gusto, sugiero otra peligrosísima organización terrorista a exterminar: las viejas que se cuelan en el súper. Venga Nobel, que pa mañana es tarde!

Jaime G. Muela **

Zafra