Vivir con párkinson es igual a no vivir. Por mucho que quieras ignorarlo, jamás podrás. Siempre estará ahí para recordarte quién es el que manda. Por mucha resistencia que le pongas, por muchas armas que utilices, lo que hoy haces fácilmente mañana tal vez te cueste o no puedas hacerlo. No tienes más narices que ceder, adaptarte a tu nueva discapacidad, aceptar que vas a necesitar más ayuda, más comprensión, más paciencia. Sin embargo, todo tiene un límite, la enfermedad también acaba con la comprensión y la paciencia. El párkinson, como cualquier enfermedad neurodegenerativa, siempre sale vencedor de la contienda. Todo esto lo digo con conocimiento de causa, ya que llevo cerca de 14 años luchando contra él y jamás he conseguido pararlo. Mis armas no son de destrucción masiva, lo que puedo utilizar contra la enfermedad resulta inofensivo. Para poder combatirla necesitaría más ayuda externa, como por ejemplo: poder acceder a una rehabilitación que complemente la medicación, que se dedicasen más fondos a la investigación y que se aplicase bien la ley de la dependencia. Desearía que la crisis no fuese una excusa para desatender a los discapacitados, hasta ahora los más ignorados. Mientras los bancos, el sector del automóvil y los parados reciben subvenciones para superarla, a los enfermos nos las congelan. Total, para qué atendernos, igualmente no nos vamos a curar. Tenemos derecho a luchar por una mínima calidad de vida, y no podemos aceptar recortes. Unidos podríamos conseguir más. Al fin y al cabo, la unión hace la fuerza.

C. Torrente **

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