Olas de calor e inundaciones son las dos caras de una misma moneda y anuncian que el cambio climático es ya una realidad perceptible para la ciudadanía mundial.

Hay que lamentar, profundamente, la irremediable pérdida de vidas humanas en Grecia y en el sudeste asiático como consecuencia de los episodios climáticos extremos que, sin duda, se convertirán en una de las expresiones más claras de los efectos del calentamiento global.

Atrás han quedado ya, o no, las recalcitrantes posiciones de los negacionistas del cambio climático liderados por algunos personajes públicos, y otros contratados, en un intento por frenar la descarbonización de las economías mundiales. Detrás de esos comportamientos autodestructivos se esconde el individualismo, la falta de empatía y el afán inmediato de riqueza de una parte reducida, pero poderosa, de la población mundial.

Algunos indicadores nos alertan, pues, que es necesario reconducir las políticas planetarias contra el calentamiento global y sus efectos. Veamos algunos de ellos.

La tendencia de subida del nivel del mar (GMSL, por sus siglas en inglés) con una tasa de 3,2 mm anuales detectados las recientes mediciones por satélite, indican una tendencia de más del doble de la velocidad media de los 80 años precedentes.

Junto a ese aumento del nivel del mar, las olas de calor, las llamadas tormentas asesinas, la sequía, las enfermedades, las guerras y la inestabilidad económica serán algunos de los efectos del cambio climático que se dejarán sentir en la población mundial. Pero la verdadera bomba de relojería del calentamiento global está en la destrucción de los ecosistemas, la desaparición de las masas de agua dulce, como los glaciares, y la pérdida de biodiversidad cuyos efectos aún se desconocen con exactitud.

En 2010, Paul Leadley, investigador de la Universidad Paris-Sud (Francia) ya explicaba en la revista Science que «si los acontecimientos se siguen desarrollando como hasta hoy, no cabe duda alguna de que nos veremos abocados a una pérdida catastrófica de la biodiversidad. Incluso los escenarios más optimistas para el presente siglo predicen, en todo caso, que se producirán extinciones y el declive de las poblaciones de muchas especies». Sin embargo, hay espacio para la esperanza si cambian las políticas conservacionistas.

Finalmente, y según los datos recientes de Naciones Unidas, la población mundial actual de 7.600 millones de habitantes crecerá hasta los 8.600 en 2030, a los 9.800 millones en 2050 y hasta los 11.200 millones en 2100, un escenario de presión territorial pues la mayoría de esa población se concentrará en grandes urbes.

Existe en la comunidad internacional, con la aprobación en 2015 del Acuerdo de París sobre cambio climático y la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible (ODS), un nuevo espacio para la gobernanza y la cooperación globales aplicable a todos los países.

De los diecisiete ODS, siete tienen que ver directamente con el cambio climático y el medioambiente, y otros cinco se verán afectados irremediablemente por los impactos que el cambio global está ejerciendo en las zonas más vulnerables del planeta.

En el Estado español es una muy buena noticia el impulso definitivo desde el gobierno a la nueva Ley de Transición Energética. Es fundamental para que España cumpla con en el citado Acuerdo de París, que establecía reducir las emisiones de gases invernadero un 40% para el año 2030 e impulsar las energías renovables como uno de los grandes pilares para el cumplimiento del Ojetivo de Desarrollo Sostenible número 13.

Es clave pues la adopción de medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos. Éstos se tornarán extremos si no asumimos los compromisos de París y no adoptamos políticas que contribuyan a conseguir que el incremento medio de la temperatura no sobrepase el umbral de los 2°C o el 1,5ºC respecto a la era preindustrial. Es pues el momento de actuar.

*Experto en riesgos ambientales.