TYta lo cantaba Sabina , en Peces de ciudad, y lo escribía mucho mejor Félix Grande en un hermoso poema que nos cuenta que la dicha consiste en marcarte con la nostalgia y convertir la vida en una cicatriz. Al lugar donde fuiste feliz no deberías tratar de volver. El tiempo habrá hecho sus destrozos y levantado sus muros mientras tú recorres el mundo con el recuerdo intacto de un olor o una calle o el banco de madera donde te sentabas a beber rodeado de risas. Todo lo pierdes al volver. Si el recuerdo es de un antiguo amor, lo encontrarás envejecido y sin gracia (líbranos Señor de encontrarnos años después con nuestros grandes amores, escribía también Peri Rossi ), y la calle estará llena de franquicias comerciales o de letreros de se vende en lugar de tiendas pequeñitas que sucumbieron hace años al canto de sirenas del centro comercial. Y tu lugar en el bar, si es que este aún existe, estará ocupado por otras personas o quizá vacío, pero echarás de menos la presencia de quien lo aligeraba todo con su risa. La nostalgia es un burdo pasatiempo, nos advertía Luis Alberto de Cuenca . Pero aun así, como perros que giran en torno a la tumba de sus dueños, nos pasamos la vida haciendo círculos alrededor de los instantes en que fuimos felices. Pero no hay que caer en la tentación si quieres regresar indemne. Las carreteras por las que circulaba el 124 con siete personas a bordo se han convertido en autovías, los pinares, en áreas de servicio, los campos de naranjos en moles de pisos y el paseo marítimo en sucesión de horrores. Solo queda el mar, igual de limpio, la arena fina, el calor, y al fondo, el rompeolas, como metáfora de que no hay defensa contra el tiempo. Lo único que se puede hacer es golpearse una y otra vez, como las olas, contra las piedras sobre las que jugábamos de niños, y luego volver tierra adentro, a lamerse las cicatrices y la marca de la nostalgia, hasta la marea que viene.