XDxesde que hace dos décadas publicara Pierre Nora Les lieux de mémoire la preocupación de los historiadores por lo que se ha venido a llamar el uso público de la historia ha sido creciente y se ha convertido en una significativa corriente historiográfica estrechamente asociada a la idea de la memoria histórica de la sociedad. Ciertamente el poder político ha instrumentalizado nombres de espacios públicos como calles, edificios, monumentos, etcétera, para interesar al ciudadano, pero en una memoria selectiva y sesgada. Se ha tratado de que el ciudadano recuerde a personajes de determinada ideología relacionados con la ciudad, el papel que han desempeñado en señalados acontecimientos de la vida pública de la misma o la proyección de una precisa ideología en la cultura en su época.

Desde la revolución de 1868 hasta la guerra civil, sobre esas 7 décadas, se ha corrido un tupido velo, que ha condenado al olvido a la mayor parte de políticos e intelectuales proscritos por la cultura oficial. Por poner algunos ejemplos, faltan en Badajoz calles dedicadas a Isidoro Osorio, Nicolás Díaz y Pérez, Juan Simón Vidarte o Narciso Vázquez. A este último se le dedicó, en 1932, la calle San Sisenando, donde había vivido; su nombre, sin embargo, desapareció en los albores de la guerra civil. Ni un solo centro escolar lleva el nombre de importantes maestros extremeños como Tomás Romero de Castilla, Joaquín Sama o Miguel Pimentel y Donaire.

Tras las elecciones municipales de 1979, algunos ayuntamientos hicieron tímidos intentos de recuperación de la memoria histórica y dedicaron espacios públicos a poetas, artistas e intelectuales reprobados durante el franquismo. Recuerdo que en Fuente del Maestre, mi pueblo natal, se le dedicó una céntrica calle a Antonio Machado. Posiblemente el insigne poeta sevillano ignorara la existencia de mi pueblo, al menos no se le conoce ninguna vinculación con él. Olvidó, sin embargo, el ayuntamiento fontanés a Antonio Luján Núñez, benemérito maestro, fusilado sin juicio, al inicio de la guerra civil por el tremendo delito de ser republicano y socialista. Todos los que lo conocieron no han dudado en calificarlo de maestro ejemplar. En aras de la concordia con la que se hizo la transición, no se suprimieron del callejero los nombres de muchos de los vencedores. No se trata ahora de incurrir en actitudes revanchistas, sino de una justa reparación y de la recuperación de la memoria histórica.

En los ayuntamientos, si no existe aún, se debería elaborar --por consenso o por una mayoría muy cualificada-- un reglamento de honores y distinciones. La toponimia urbana debe hacer referencia a la historia y personalidades del pueblo o ciudad. No habría que hacer mucho caso a los eruditos locales, porque su atrevimiento suele estar en razón directa de su ignorancia. Con el asesoramiento de historiadores profesionales se deben reformar y actualizar los callejeros. La Real Academia de Extremadura así como la Universidad Extremeña pueden ayudar en esta tarea de recuperación de la memoria histórica. Ciertamente los nacionalismos, buscando sus señas de identidad, a veces ha utilizado la historia de un modo sectario, inventándola incluso, magnificando lo propio y resaltando las diferencias.

Amén de que muchas personalidades progresistas del último tercio del siglo XIX y primeros décadas del XX merecen una reparación, sacarlas del olvido y darlas a conocer a las nuevas generaciones, el callejero puede servir de introducción a la historia de nuestros pueblos y ciudades. Los itinerarios geográficos e histórico-artísticos han sido utilizados para el estudio del medio y para iniciar a los escolares en el aprendizaje de la historia. Aunque como recomendaba Unamuno, hay que intentar escribir la historia del mundo desde Matilla de los Caños en lugar de ver siempre la historia particular de Matilla de los Caños.

*Doctor en Historia Contemporánea