Def con Dos cantaba en 1995 aquel temazo titulado No me rayes el coche, en el que enumeraba, ante un hipotético enemigo, todas los castigos que prefería sufrir antes que esa afrenta hiperbólica. El coche es uno de los mayores tótems de la virilidad, probablemente sólo superado por la esposa. Ofender a ésta, atacarla en su honra, es la injuria por excelencia y puede desencadenar en el macho una reacción atávica. Eso lo sabe bien el PP y, por esta razón, temblaba Génova ante la posibilidad de que Rosalía Iglesias, la esposa de Bárcenas, fuera condenada a prisión en el fallo de la primera época de la Gürtel. Según Eldiario.es, un veterano del PP advertía: «Si la mujer de Luis entra en la cárcel, se nos abre el suelo bajo los pies. Sabemos perfectamente que el tema de su mujer es sagrado». Sagrado. Incluso alguien como Bárcenas, al que se acusa de haber acumulado un patrimonio de 50 millones de euros mediante prácticas delictivas y mafiosas, tiene un concepto de lo sagrado, y éste está asociado a la honra de su mujer, porque la honra de la esposa es el último bastión que puede defender un hombre sin principios si quiere, al menos, seguir siendo hombre.

Y es que los hombres son hombres, pero las mujeres son territorios. Físico y simbólico, la mujer como espacio cumple el mismo fin que el castillo o los campos, que pueden ser conquistados para ampliar el poder, o arrasados para castigar a su dueño. Cuando los soldados de todas las guerras violan a las mujeres de sus enemigos no lo hacen para castigarlas a ellas, sino a ellos. Las violan, igual que matan al ganado o envenenan los pozos. Ellas, como el ganado o los pozos, son posesiones del hombre. Cuando la mujer se escinde del patrimonio de su padre o su marido, y se autodefine como un ser completo e independiente, una parte de los hombres sigue viendo en ella el castillo, el campo, esta vez, desprotegido, a merced del primer explorador o soldado que quiera poner en ella su bandera. Este macho viril piensa que esa mujer a la que encuentra sola, quizá haciendo autostop, quizá a las cuatro de la mañana borracha en un parque, no es de nadie, igual que pensaría de un billete de 50€.

El billete, sin embargo, tiene la suerte de ser una herramienta simple, unívoca. La mujer, por el contrario, puede ser usada por el hombre para multitud de propósitos: para castigar a otro hombre; para el ocio efímero o el descargo emocional; pero también para reforzar la propia masculinidad pues, la mujer, en su función de Otro —de la que habla Beauvoir en El segundo sexo— es el espejo en el que el hombre se mira y se completa.

Y Luis, cuando se mira en el espejo de Rosalía, ve lo único que queda del hombre que fue: el marido, el padre, tal vez el amante, quién sabe. Despojado de todas sus posesiones materiales, sólo le queda la de mayor valor simbólico: su esposa. Los hombres del PP entienden a la perfección ese sistema de valores y es bien sabido que, por ellos, Rosalía Iglesias hubiera sido intocable. Pero los 15 de años de condena a la sagrada esposa del tesorero han confirmado el peor de sus presagios. Todos esperan ahora, temblando, la inmolación judicial del macho despojado de su honra.