Habrá interminables y documentadas discusiones sobre la legitimidad o legalidad de la operación de un comando especial para acabar con Osama bin Laden. Pero, con los atentados del 11-S y con los anteriores de Tanzania y Kenia contra las embajadas norteamericanas en aquellos países africanos, el líder de Al Qaeda había declarado la guerra a EEUU.

Washington respondió al desafío lanzado por la declaración bélica del terrorista con su propia guerra, la de más larga duración a la que se ha enfrentado el Ejército estadounidense. En esta dinámica, la operación de las fuerzas especiales en Abbottabad es parte de este combate irregular, pero legítimo, que se desarrolla lejos de las líneas de frente tradicionales.

Sin embargo, cuatro días después de acabar con la vida de Bin Laden, Washington sigue sin facilitar documentos gráficos o información específica sobre el asalto al refugio paquistaní del líder de Al Qaeda. No solo eso. Ha rectificado diversas informaciones facilitadas por fuentes oficiales en las primeras horas tras la operación. Ha habido contradicciones acerca de la presencia de la mujer de Bin Laden, de si el terrorista iba armado o se resistió, de si la misión tenía la orden de matar al saudí o de capturarle con vida.

La falta de imágenes o de un relato coherente y creíble de los hechos que se desarrollaron en la casa de Abbottabad no hará más que alimentar todo tipo de especulaciones sobre lo ocurrido. Esta falta de datos ya ha servido a los republicanos, y en particular a los elementos neocon de la anterior Administración, para reivindicar la cárcel de Guantánamo, las condiciones en que están detenidos los presos y los interrogatorios a los que son sometidos. Por su parte, Pakistán, que contrariamente a lo que decían sus autoridades en público, alojaba a Bin Laden y además lo hacía cerca de la capital, aprovechará sin duda el vacío informativo para explicar su propia versión de los hechos en un país en el que contrastar la realidad es misión casi imposible.

En el pasado, las imágenes de la captura, el juicio y el cadáver del otro gran satán de EEUU, Sadam Husein, fueron mostradas repetidamente al mundo. También lo fueron las de Abu Musab Zarqaui, el carnicero que llevó la guerra civil entre sunís y chíis a cotas indecibles de brutalidad, una vez muerto en un ataque. Obama debería romper el silencio en torno a los detalles de la eliminación de Bin Laden para evitar especulaciones.