TLtos ecos del Día de Extremadura se resumen fácilmente: extasiados o réprobos. Aquí no hay término medio. Ni virtud, ni madurez, ni equilibrio. Sólo dos posiciones tajantes: Extremadura es la revelación y el paraíso, o es el atraso y la obscuridad, una dicotomía destilada entre el delirante sofoco del adolescente y la terminal sofoquina del viejo, sin opción de un juicio adulto.

La referencia al paraíso no embelesa, por general desengaño, y el cargante negro antiextremadura, violenta y desola.

Va siendo hora de decírselo alto y claro a más de uno: mírame a los ojos y dime la verdad, porque esa obsesión de gorila de la selva golpeándose el pecho hercúleo con los enormes puños y repitiendo continuamente que tu posición es la única y verdadera no sólo es injuriosa, sino palmaria evidencia del escaso proceso evolutivo que cierta clase política ha tenido.

Decir la verdad es algo más que un acto propagandístico; es una relación interhumana, una revelación y un testimonio originario para los demás y una preocupación dimanante, a la postre, del amor por esta tierra. No una patrimonialización lingüística chata y reductora.

¡Al menos el Día de Extremadura, debía exigirse un mínimo de nobleza y honestidad de juicio!

*Licenciado en Filología