TUtna de estas mañanas dialogaba con una flor. Era para mí la voz de la naturaleza, una estrella caída sobre la alfombra verde que teje este otoño lluvioso. Mis oídos estaban saturados de Bush, Arafat, terrorismo, fútbol y no sé cuántas cosas más. Noté paz y me dije: hay muchas cosas bellas que decir.

Este año, casi no nos hemos dado cuenta como de tantas otras cosas, es el año de la eucaristía. Comenzó en el mes de octubre después del Congreso Internacional Eucarístico celebrado en Guadalajara (México).

El tema del congreso La eucaristía, luz y vida del nuevo milenio , invitaba a considerar el misterio eucarístico, no sólo en sí mismo, sino también en relación a los problemas de nuestro tiempo. Gran verdad, pues de luz tiene necesidad el corazón del hombre, oprimido, desorientado, cansado y probado por sufrimientos de todo tipo. En la búsqueda difícil de una paz que parece lejana al comienzo de un milenio perturbado y humillado por la violencia, el terrorismo y la guerra, el mundo tiene necesidad de luz.

No hay bien más deseado que la vida y sin embargo sobre este anhelo humano universal se ciernen sombras amenazadoras: la sombra de una cultura que niega el respeto de la vida en cada una de sus fases; la sombra de una indiferencia que condena a tantas personas a un destino de hambre y subdesarrollo; la sombra de una búsqueda científica al servicio del egoísmo del más fuerte.

El hombre, sediento de felicidad, tiene necesidad de beber aguas puras y cristalinas, y como árbol regado por el río del amor que brota de la presencia de Jesús Eucaristía dar los frutos sazonados, que anhela el corazón humano. Entonces las verdes praderas de la vida se llenarán de flores que abrirán sus pétalos a la luz y una nueva melodía sonará en este mundo desentonado quitando miedos y desilusiones.

"Quédate con nosotros, Señor, porque la tarde y el día van de caída", fueron las palabras de los caminantes de Emaús al misterioso acompañante y se quedó.

*Licenciado en Filosofía