TLta vida está llena de luminosas virtudes que habitan en algún recóndito lugar de nuestro interior, albergamos tesoros fascinantes de bondad, derrochamos el honor por alguna cañería deteriorada pero nada más, no se asusten, porque la letra vertida esta semana desde algunos tinteros, no es más que una diminuta, casi imperceptible mota de polvo en el viento. Ese portentoso caudal de honorabilidad se pasea por la traza arquitectónica de la cocina que llevamos en el alma y deambula como picaflor, de la cocina a la despensa en busca de sal, aceite y pimentón. Se bambolea hacia la luz.

Caminar hacia allí es fácil, sólo hay que deslizarse a través del humus, moldear la arcilla, no sucumbir al limo, intentar mezclarse entre la arena fina y la gruesa para traspasar la grava y llegar finalmente a la roca madre- esto es: el suelo troceadito en capas. Bajo nuestros pies hay todo un mundo, sobre nuestras cabezas los ilimitados matices de la luz, y entre ambas magnitudes nos corresponde a nosotros establecer la justa medida del hombre, o al menos, esbozar otra visión de los hombres que a día de hoy mantienen la osadía de mirarse en el espejo. Gustarse cada mañana cuando uno proyecta su imagen en el artefacto implacable (espejito, espejito-) es un paso estratosférico hacia la luz. Pudiera parecer inabarcable la tarea pero si no la emprendemos corremos el riesgo de quedar atrapados bajo el peso de una burbuja de aire.

Aire sí, mucho aire, eso es lo que nos rodea, una inmensa burbuja de aire que dentro de unos meses habrá hecho "ploff" y será de nuevo solo aire. Hagan caso y no pierdan ni un minuto en la contemplación de aquello que les haga daño, nada nada, ustedes a lo suyo que en marzo como mucho con la Semana Santa y tal, esto de ahora será una minucia, "pasará" como nos dijo Antonio el poeta laureado. Hay que mirar hacia delante y elevar las pupilas al viento, porque como decía Winston Churchill "todos somos gusanos", pero entre ellos aún quedan muchos gusanos de luz. Usted probablemente sea uno de ellos, usted que se levanta con el primer trino de un pájaro deshecho en lágrimas por ver cómo consigue unos míseros cinco euros que le ayuden a pasar el día, a calmar el hambre de sus hijos y a encender la luna en los labios de su amada esposa. Usted, que atolondrado disimula en los alrededores de una de esas largas colas donde amansan la sensación extraña del hambre. Usted, que ayer recibió la orden de desahucio y no alcanza para el llanto.

Usted, puede que sea un gusano, pero un gusano de luz. Hombres que empujados hacia el abismo, se han convertido en referentes de lucha y resistencia y hacen frente cada día a la vital responsabilidad de encender luces pequeñas a sus vidas, la gigantesca responsabilidad de mantener la paz y el pan en el hogar para que no cabalgue por las calles el caballo desbocado del resentimiento. Por fortuna, hombres cuya talla se eleva por encima de la nube más alta, son como catedrales hercúleas en medio de una escenografía de rascacielos sin alma; gusanos de luz en los que confluyen virtudes como el coraje, la energía, la tenacidad, la humildad y hasta la compasión; gusanos de luz cuya personalidad ha cuajado bajo el molde de lo heroico, pasito a pasito hacia la luz, hacia la vida.

La vida está siempre en alguna parte recóndita de nuestra cocina, en las esquivas acrobacias que dibujan las golondrinas en el cielo caracoleando hacia la luz, pero la vida, con su luz particular también se columpia bajo nuestros pies... dirección hacia la roca madre donde un día todos seremos carne de obituario, gusanos devorando la carne que un día fue verbo y risa, caricia y esplendor. Todos gusanos, la metáfora del fin. Pues ahí justo es donde nos encienden la luz cegadora de la vida, y es entonces cuando cotejamos que existieron grandes aventuras por las que vivir y querer vivir, que somos mejor de lo que creemos y nos hacen creer.

No pierdan el tiempo acunando penas, que la vida es maravillosa, está llena de encantos y es corta; diríjanse hacia algún punto de luz, hacia todas esas bahías que dibujan los balcones de una casa bien aireada, orientada hacia el este y en la que permanecen por siglos los ecos de todas las abuelas del mundo. Debajo de mi balcón hay un bar que se llama "Quitapenas", y me lo creo, llegan hasta mi casa oleadas rumbosas de besos cuando arrecia la noche.

Rebusquen en su estantería vidas ejemplares, vayan al campo y respiren su olor, chapoteen en un charco de lluvia y observen con paciencia la conversión de algunos gusanos en pura seda, en el grandioso y sutil vuelo de una delicada mariposa que surca la luz.

*La autora es periodista