Pedir un discurso con argumentos, tolerancia en las ideas y determinación en objetivos comunes se ha convertido en paradigma de lo imposible en el campo de la política. La inequidad de las redes sociales ha dado al discurso político, todo menos contenido. Pero lo que resulta más chocante, más allá del ámbito de la juerga política, es el hecho de que las Instituciones, sus Parlamentos, se hayan convertido en el escenario de lo peor de la política. Se dibujan escenarios, grandilocuentes, para resultar más fácil descalificar o herir al contrincante. Lo estamos viendo en el catalán, y el otro día en el vasco, a cuenta de las víctimas, respecto a la utilización de los discursos partidistas, comparando a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado español a instigadores recordando el proceso de Nuremberg. Duro, resulta duro oír en un escenario, como el Parlamento Vasco esto, cuando este país sigue teniendo muy presente las víctimas del terrorismo, masacradas por una banda terrorista que violentó la paz de una sociedad, y despreció la vida humana, causándole el mayor daño, como forma de estrategia política. La memoria de estas víctimas del terrorismo etarra y del grapo no pueden ser instrumento de controversia, ni siquiera de frivolidad. Y menos de unos representantes que se dicen valedores de libertad alguna, cuando aúpan o dan cobertura a esa barbarie terrorista de ETA.

No podemos permitir que en esta sociedad se siga aupando comportamientos de intolerancia hacia el diferente, y se sigan utilizando a las víctimas como arma arrojadiza. Es el juego macabro de la mala política, la de los hacedores de discursos zafios y ventajosos. Mal ejemplo se da a la sociedad desde una institución como la del Parlamento Vasco. Resulta doloroso seguir soportando esa frivolidad de querer comparar situaciones de violencias, de víctimas del terrorismo, bajo juegos estratégicos de tocar las entrañas de una sociedad que debiera generar paz y concordia. No podemos pretender arrancar todo lo malo del pasado, con discursos de ajustes de cuentas, cuando en medio todo este jolgorio se debería tener la decencia de proteger, respetar y homenajear a sus víctimas, fruto de la macabra acción terrorista.

No conviene, por otro lado, traer a colación procesos como el de Nuremberg, consecuencia de lo peor de una etapa de Europa, y no retrotraer ni las formas, maneras o pensamientos. Pese a quien le pese, vivimos en un país democrático, que merece la pena seguir defendiéndolo por convicción y por derecho. Todas las ideas que conforman procesos de pensamientos democráticos deben ser apoyadas, respetadas y protegidas. Pero no debemos de permitir que la intolerancia acabe con el mejor discurso, el que nos permite hacer de este país el escenario común de todos.

Resulta, a veces, irritante este teatrillo de la política cuando se juega a la descalificación y se emplean las instituciones para hacer ese juego sucio y lucrarse de sus resortes democráticos, pero esta estrategia no va a durar siempre, y puede que al final del camino la sensatez, de la inmensa mayoría de las personas de este país, busquen en la tolerancia la identidad que nos haga confluir a todos en un objetivo común. Los protagonistas, que se definen como clase política que protagonizan estos debates, deberían dejar de pertenecer al casting del teatrillo, que con estos discursos envilecen a la política.