Andamos en el instituto embarcados en un proyecto en el que intentamos fomentar la lectura por medio de clubes de la plataforma Librarium, leyendo sobre mujeres eminentes que, a lo largo de la historia y pese a sus logros, han sido sistemática o puntualmente ocultadas cuando no maltratadas, antes de ser reconocida su valía. Así, desde Hipatiahasta Malala, sin olvidar a Olympe de Gouges, Mary Shelley y tantísimas que aquí no caben, indagamos sobre ellas, con la conciencia clara de que muchas que no han sido valoradas nunca o no lo suficiente, por ignorancia, desinterés u ocultamiento aposta, seguirán ninguneadas.

Nuevas formaciones como Vox han creído encontrar un arsenal de votos, aprovechando los extremismos y las a menudo estúpidas e inútiles exageraciones --portavozas incluidas-- de quienes atacan de modo furibundo lo que denominan el heteropatriacado o consideran que para defender a la mujer hay que vengarse del hombre por todo un difuso memorial de agravios.

En el otro extremo, aquel grupo alienta el escepticismo hacia la realidad de una violencia contra la mujer, ratificada reciente y desgraciadamente con esa nueva manada de Sabadell --¡otra!-- y esos dos nuevos asesinatos de un suma y sigue sangriento.

Por eso hay que insistir en que existen y persisten actitudes machistas intolerables, y otras que las favorecen aunque puedan considerarse de pequeña intensidad o incluso sin trascendencia. Están tan arraigadas en nuestras costumbres, en nuestra cosmovisión o en nuestro mundo cotidiano que nos calan sin darnos cuenta y hasta las asumimos sin crítica alguna. Incluso quienes nos consideramos beligerantes ante ellas. Reaccionemos, pues. La última de ellas ha sido la trascendencia inusitada que la prensa ha dado al atuendo de la reina Letizia, por unas difusas transparencias casi imperceptibles que los más osados han considerado voluntarias. El día que la ropa del rey Felipe sea analizada con lupa hasta sus más ocultos recovecos como la de su consorte, empezaré a pensar que la batalla contra el machismo se está ganando. Y llámenme alarmista...