TEtspaña es la ilusión que les une. Pero Madrid es la ambición que les separa. Me refiero a la señora Esperanza Aguirre y al señor Alberto Ruiz-Gallardón , presidenta y alcalde madrileño, respectivamente, que se han tirado los trastos a la cabeza por el afán de dominio del partido en la Comunidad de Madrid, que sienten tanto ella como él.

Hace cuatro días, entonando juntos cantos de unidad frente al adversario común, el Partido Socialista Obrero Español, y ahora, a la greña, convencidos una y otro de que el enemigo lo tienen en casa. Del caso se desprende una lección: la de que los vínculos de lealtad derivados de la política son muy efímeros, sobre todo cuando se ven carcomidos por el gusano de la ambición de poder.

El caso afecta a unos cuantos miles de militantes, que es el censo del Partido Popular en Madrid. Pero España entera ha sido testigo del escándalo político y ha visto, sorprendida, cómo se rompía ante sus ojos el modelo de una derecha fina y educada, que por algo en la infancia fue a colegios de pago.

Lejos del ánimo del columnista tomar partido por uno de los dos contendientes. La disputa no le incumbe. Quiere sólo compartir con los lectores lo que le ha parecido más sorprendente.

En primer lugar, que la delicada señora Aguirre haya acusado a su oponente nada menos que de chantajista, lo cual parece más propio de un lenguaje de carreteros que no del de una señora tan distinguida.

Y, en segundo lugar, que el señor Ruiz-Gallardón , no se haya portado como un caballero, respetuoso con las damas, si es verdad que intentó hacerle chantaje a doña Esperanza .

Es muy probable que algún mediador ponga paz en el agitado corral del Partido Popular madrileño. Pero lo dicho, dicho está. Lo que tiene valor son las palabras y los gestos cuando brotan con espontaneidad y no son fruto de la reflexión.