XHxace poco menos de un año publicaba en esta misma columna una reflexión en voz alta a propósito del Premio Príncipe de Asturias y, en concreto, de lo difícil que iba a ser en el futuro que autores españoles como Sánchez Ferlosio lograran el prestigioso galardón, pues que la tendencia de la organización, transmitida a los jurados, era y es la de premiar a autores que han conseguido traspasar las respectivas fronteras nacionales y que pertenecen al selecto club de los escritores, digamos, famosos; aquéllos que van camino del Nobel y que aparecen con normalidad en las grandes tribunas del mundo opinando de los elevados asuntos que nos preocupan a todos, que casi nunca, por cierto, tienen que ver con la literatura. Venía aquel comentario a cuento de una propuesta realizada por Ibarra en la entrega de otros premios más modestos, pero no por eso menos importantes (a su trayectoria remito), los Extremadura a la Creación, y de la necesidad de presentar a los primeros la candidatura del autor de Alfanhuí .

Mi sencillo pronóstico se ha cumplido y este año el Príncipe de Asturias de las Letras se le ha concedido a un italiano de Trieste, Claudio Magris en detrimento, al parecer, del novelista español de Barcelona, Juan Marsé . Por aquello de las casualidades, ese mismo día y aproximadamente a la misma hora, un jurado que presidía el Nobel portugués Jose Saramago le daba a éste por unanimidad el premio Extremadura a la Creación, lo que no deja de resultar un accidente de orden decididamente novelesco y de una gracia narrativa a la que el autor de Ultimas tardes con Teresa podría sacarle partido en uno de esos cuentos por los que es justamente famoso. Ni que decir tiene que uno se ha alegrado mucho de ambas cosas. Aunque crea que esa deriva de índole internacionalista pretende beneficios espurios (darle al galardón una proyección mediática y publicitaria mayor), el nombre de Magris es para muchos, y también para mí, indiscutible. No en vano, uno se confiesa desde hace tiempo lector suyo. El más conocido de sus libros, El Danubio, marca un antes y un después en lo que al género novelístico se refiere. Además, este germanista, marcado por su mítica ciudad natal, alguien que ha verificado que a lo universal se llega desde lo local, es autor de ensayos de envergadura y su solvencia intelectual está suficientemente contrastada. Por suerte, su amplia bibliografía está traducida casi al completo al español y no es difícil leer, incluso en asequibles ediciones de bolsillo, sus títulos fundamentales. Menos, ahora.

Pues bien, a pesar de todo, uno de los miembros del jurado que se lo concedió, Sánchez Dragó, showman más que escritor, responsable del único programa literario de la televisión pública española, se ha quejado de la decisión democrática adoptada por sus compañeros de tribunal y le ha dedicado al triestino los delirantes calificativos de "mediocre", "invertebrado", "exangüe", "lívido" y "cadavérico". No contento con eso, añadió que el autor de Microcosmos "es un simple maestrillo de escuela". Bueno, ¡hasta ahí podíamos llegar! Por lo que me toca, la expresión me ha molestado. Al fin y al cabo uno es por profesión y por vocación maestro de escuela. Esa es una torpe comparación muy mal traída. Ya quisiera merecer esa noble profesión este personajillo disfrazado de transgresor, patético enfant terrible a los sesenta y tantos de su edad, que, sin embargo, no deja de ser un sumiso intelectual de partido.

Con todo, me ratifico en lo expresado más arriba, lo que de veras importa: con premiados de la categoría de Magris y Marsé , ejemplares ciudadanos de la mejor Europa, cualquier premio consigue el calificativo de excelente. Aquél y éste. Felicidades, o si lo prefieren, congratulazioni .

*Escritor