Llega el final de curso y con él, el final, profesionalmente hablando, de muchas vidas dedicadas a la educación, a la enseñanza, a los alumnos, y al futuro, pero no a cualquier futuro, a un futuro mejor que no es más que aquel que nuestros maestros sembraron cuando fuimos desierto, regaron y cuidaron en nuestros primeros brotes, y fueron fortaleciendo en ramas y raíces, para una vez seguras y robustas, dejarlas crecer libremente con la certeza de haber embellecido su futuro y el de todos.

Ser maestro o profesor, maestra o profesora, no es tan sencillo como muchos creen, de hecho, es más un arte, que una profesión. Muchas veces suelo compararlo con el arte del Bonsái, porque cada docente trata de lograr la expresión y belleza máxima en cada uno de los pequeños brotes que debe hacer crecer.

Como explicara un responsable internacional y entusiasta del susodicho: «Es arte vivo, así que se va transformando constantemente con el pasar del tiempo. Hay que ir acompañándolo y dedicarle tiempo».

Igual que cada bonsái tiene la huella de su horticultor, en crecimiento y belleza, cada alumno tiene la huella de los docentes que le han ayudado a crecer como ciudadano responsable en una sociedad cada vez más compleja, y conseguido embellecer como persona.

Como en cada profesión, existen ciclos laborables, generaciones que quizás por el momento, las necesidades del sistema, la legislación vigente, o simplemente por vocación, entraron en gran número en el sistema educativo, y a los que les está llegando la hora de la tan o no tan ansiada jubilación, en un número superior a lo habitual. Gracias a mi actual dedicación he tenido y tengo la suerte de conocer a muchos de ellos, y a reconocer en cada localidad en cada centro y en cada contexto, el cariño, la devoción y el tratamiento que a muchos de ellos se les dispensa, sea un gran o pequeña localidad, aunque en las pequeñas la huella suele ser mayor.

No debo ni puedo negar que sentí una gran satisfacción, por ella, especialmente, pero por todos los que nos dedicamos de una u otra forma a la educación, cuando una persona de mediana edad, respecto a la jubilación próxima de una compañera, al que había dado clase, comentaba emocionado: es de las maestras que han dejado huella en todos nosotros.

Pues sí, tiene usted toda la razón, como decía Henry Adams: «El maestro deja una huella para la eternidad; nunca puede decir cuándo se detiene su influencia».