Catedrático de la Uex

Un día cualquiera". Así titulaba J. Carlos Guardiola un estupendo artículo en el que desnudaba, con sencillez y rotundidad, muchas de las miserias del día a día, mientras conseguía, también de forma sencilla, ilusionarnos con un mundo distinto, el de los chavales. El mundo de quienes algún día pueden conseguir que esa miseria sea cosa del pasado. La tesis sostenida por el autor tomaba como referencia los valores, lejos de cualquier opción de mercantilismo asociado, para concluir que un día de escuela no es un día cualquiera.

El artículo me ha resultado tan interesante, que mi idea inicial de dedicar unas reflexiones exclusivamente a algunos gobernantes con el petróleo hasta el cuello, por haber perdido un tiempo precioso dudando en mancharse los zapatos, la cambio para añadir y situar mis sensaciones en el terreno de la educación, de sus formas y, con ellas, de su repercusión en un futuro con menos sobresaltos y más autenticidad.

No debe ser tarea fácil para un maestro introducir, sin esos sobresaltos, a las nuevas generaciones en el mundo de "los valores que realmente valen" (cito a Guardiola), cuando a veces debe luchar contra la influencia de una sociedad, supuestamente más avanzada, que puede conducir, véase el caso americano, a unos niños para quienes los pollos no tengan plumas, por haberlos visto solamente en las bolsas de plástico de los supermercados.

Sin ir tan lejos, cuando una viscosidad indecente llega a nuestras costas, producto de la codicia de unos pocos y de la ineptitud de otros, es buen momento para provocar un choque de sensibilidades, para cuestionar el reparto de unos papeles añejos, y también para cuestionar unas reglas que no valen para un presente, en parte equivocado, y menos para un futuro distinto. Es mejor momento aún para dirigir nuestra mirada a la escuela, pues si por desgracia los "mayores" a veces se dedican a hacer tristes quiebros (nada toreros y ni siquiera ideológicos), por suerte queda la esperanza puesta en quienes pueden y deben aprender con las equivocaciones ajenas.

Por eso, la labor de un maestro, un día cualquiera, me la imagino con la dificultad añadida de conseguir un alto nivel de abstracción, evitando hacer demagogia con lo que el mismo día a día pone delante de él. Ni más ni menos que un mundo con grandes declaraciones, una sociedad empeñada en conservar(se) a toda costa, y muchas gentes mirando sobre todo a su propio entorno. Frente a ello, ¿cómo transmitir, con ilusión mantenida, la riqueza de las palabras sencillas, cargadas de pequeños detalles?, ¿cómo abrir a las nuevas gentes, a los chavales, la posibilidad de una sociedad diferente que conserve lo auténtico, pero que también explore lo desconocido? En fin, ¿cómo hacer volar la imaginación de quienes atesoran mucha, para que vayan mucho más lejos de su propia existencia, en crecimiento y formación?

Recorriendo el artículo de Guardiola se deduce rechazo a cualquier pasado, reciente pasado, que se quiera convertir en glorioso; se cuestionan algunos presentes por dudosos; se percibe que los pequeños detalles, uno a uno, de continuo, valen más que las grandes declaraciones y se advierte que las interrogaciones pueden tener respuestas esperanzadas. Releyendo la tremenda variedad de errores que se cometen, día a día, por nuestra torpeza, cabe la ilusión de imaginar un futuro, menos ceniciento, menos oscuro, con más nueces que ruidos, con más educación, con la esperanza de una mejor educación.

Por todo ello, un día cualquiera para un maestro debe ser un día siempre especial para enseñar, para abrir nuevas puertas, para transmitir normas de conductas, para cambiar y mejorar.