TQtue yo sepa, el nuevo presidente del Tribunal Constitucional no ha mostrado ninguna queja ante las tempranas biografías periodísticas en las que se le califica de magistrado progresista, de la misma manera que otros homólogos suyos tampoco protestan cuando les adjetivan de magistrados conservadores.

Esto último significa que se es afín ideológicamente con el Partido Popular y, en el caso del magistrado Sala , que está cercano a las tesis del PSOE. A mí, en principio, me da igual, porque ya tengo edad suficiente para saber que lo más parecido a un tonto magistrado progresista es otro tonto magistrado conservador, y lo único que anhelo, como contribuyente y abonador de parte del sueldo del señor Sala, es que no sea tonto.

Al margen de ello, me preocupa que personas de una larga y calificada biografía admitan esta taxonomía que lleva implícita una sospecha de obediencia al partido que les propone y saca adelante su elección, con ayuda de los colegas que, también, deben su elección al mismo partido. Y me preocupa, porque se establece la teoría de que el presidente del Tribunal Constitucional puede inclinarse a orientar las sentencias según sean los intereses del partido político que le apoya, es decir, que se consolida la hipótesis de que estos importantes cargos pueden prevaricar, al menos intelectualmente, es decir, dictar sentencias que van en contra de sus conocimientos y saberes.

La impasibilidad con que tanto unos como otros admiten esta dependencia, y --lo que es peor-- la constatación de que votan en bloque como si en lugar de ser magistrados independientes fueran militantes entusiastas de uno u otro partido, proyecta una imagen de la Justicia tan desoladora que cualquier elección es recibida con fundadas sospechas.