Maestro

Los últimos acontecimientos recuerdan la secuencia de una película en la que un personaje con bigote gritaba esto es la guerra, más madera . En Madrid dos convenciones, la popular y la socialista. La escenografía de los populares plena de poliedros de tantas caras, o caretas, como las que ellos muestran, según la ocasión exija. Para muestra el broche de la convención, que hace bueno aquello de que los que duermen en un colchón son de la misma opinión y ahora que él (Aznar) dice deja la presidencia del Gobierno y que ella (Botella) se va a dedicar a trabajarle los asuntos sociales a Gallardón, el del cuaderno azul cierra lista en Bilbao. (Humo, mucho humo). El cierra la lista y otros con el aval de un apellido ilustre, o lo que otros llaman linaje, entran en el partido de la gaviota chapapoteada y acceden a un cargo. La única dimisión no ha hecho más que empeorar el clima político, con un don Manuel y todo su partido con el pie cambiado en lo de la comisión sin comparecientes y con el, hasta ahora, delfín pringado y no de fuel precisamente. Así las cosas, don Manuel ruega a su Dios y al apóstol Santiago que le ayuden a no perder. ¡Cómo si no tuvieran otra cosa que hacer! Una coincidencia en las dos convenciones: hay que hacer la política en la calle. A buenas horas, porque los ciudadanos, hartos de desatinos se echan a la calle a decirle a los políticos que ya está bien y se organizan para solucionar sus problemas, al margen de ellos. Aunque lo de reivindicar se está poniendo difícil con una fiscalía al servicio del Gobierno, presta a proteger a quienes los ciudadanos señalan como sospechosos. Y por si esto fuera poco, las últimas decisiones y modificaciones anuncian el palo, la cárcel, la bajada de impuestos para los de siempre, los cien euros para algunas madres, las faltas acumulativas y no sé cuántas cosas más, que van a hacer ahora porque el paro, los índices de delincuencia, la inseguridad palpable, la congelación salarial y otros males que nos aquejan son el fruto de aquellas soluciones prometidas. Y han decidido que mejor en la cárcel que en la calle. Suelo para escuelas, parques, hospitales y otras necesidades no hay, pero para hacer las cárceles no habrá problema.

Por aquí, la plaza de la Soledad ya está empedrada, ¿quién la desempedrará?, el desempedrador que la desempiedre será tan mal alcalde como el que consiente el desadoquinado interminable de Fuente Nueva. Lo de Santa Clara no tiene nombre. Bueno, sí lo tiene, es una de las mayores horteradas que se han hecho en esta ciudad, si nos olvidamos del corralito del contenedor y otras lindezas. En una ventana alta del barrio, desde la que se oye en lontananza el lamento de las costas gallegas, la bandera de Nunca máis tiene la doble lectura de que no vuelva a sufrir una nueva herida la tierra gallega y que desaparezcan los ineficaces. Para el recuerdo, la charla de Alvaro Pombo en el Sande. Una auténtica delicia. La sociedad cacereña ha perdido un hombre ejemplar con la muerte de Juan Serrano Macayo, de quien aprendí, formándome como maestro, la importancia del bien ser y el valor de la amistad.