WLwos inicios de Juan José Ibarretxe como lendakari en esta legislatura no han sido prometedores, como ya se advirtió cuando hubo que elegir la Mesa del Parlamento vasco. Es presidente del Ejecutivo de Euskadi con los votos prestados y condicionados por la izquierda abertzale. Todo es legítimo, pero se aleja del deseo de cambio que expresaron los electores vascos el 17 de abril. Ibarretxe ha prometido centrar su acción de gobierno en la pacificación de Euskadi. Pero lo pretende con fórmulas cercanas al plan que ya hace unos meses quedó aniquilado en las Cortes. La pretensión de crear una mesa de partidos en la que deberá sentarse, irrenunciablemente, la ilegalizada Batasuna no es la mejor manera de demostrar que se es sensible a lo que mayoritariamente han dicho las urnas.

Paradójicamente, la posibilidad de cambio reside en la propia debilidad del nuevo Gobierno vasco. Con la relación de fuerzas en el Parlamento, solamente los socialistas del PSE pueden ofrecer al lehendakari la estabilidad que precisa para asegurar la gobernación ordinaria del país. Unicamente esta dependencia podría garantizar una legislatura más productiva y menos crispada que las vividas anteriormente bajo los otros dos mandatos de Ibarretxe.