Callar no es una opción. Al menos para mí. Callar es dar por buena la deriva de España. ¿España? ¿He dicho España? Tantas Españas como españoles. Españoles que quieren serlo y de los otros. Los que se bajan del tren en marcha. ¿Es posible ser aún español? Españoles de corta y pega. España en saldo y conveniencia urgente.

¿Quién vela por los destinos de España? El gobierno de la nación (española) evidentemente no. O, al menos, su concepto de España y de su salvaguarda no es el mío. España como acarreo de siglos está en almoneda. Cada mañana amanece una ofensa para su unidad. Sagrada unidad. No hay crimen mayor que atentar contra la unidad de las tierras y las gentes de España. Al menos para mí (y en esa creencia pienso vivir y, Dios mediante, morir). Solo España es necesaria, lo demás, parafraseando a Cuerda, es contingente. Constituciones, mandarines, gobiernos, calles y demás salmonetes.

Pedro Sánchez no parece opinar como yo. En el ejercicio de su libertad, y del poder que ostenta, ha decidido vender la patria a plazos. Es una opción. Callar no. Callar es dar por buena la transa. Esta misma semana, en ejercicio de su libertad y de su poder, ha entregado a una parte de España lo que es de todos. De rodillas ante el PNV le ha rendido las llaves de las huchas y de las cárceles. A cambio de lo de siempre, cuatro míseros votos, tan míseros como imprescindibles para apuntalar un gobierno en descomposición. Con manifiesto desprecio de toda igualdad… ¿Quién dijo que la izquierda era partidaria de la igualdad entre todos los españoles? Mentía quien lo dijo como miente el gobierno. Aquí ya hay españoles de primera y de segunda. Cuanto más se reniega de España mayor se tiene la boca para pedir lo que es de todos. Y es precisamente en las regiones donde más acendrado es el amor a la unidad y a la igualdad de todos donde más se sufre la ofensa de un gobierno en cueros de patriotismo. Extremadura, por ejemplo. Extremadura, huérfana de voces que clamen contra semejante atropello.

Pero la bochornosa claudicación ante los separatistas vascos es solo una de las estaciones que llevan al Gólgota de la desmembración de la patria. Una más de muchas, de las pasadas y de las que están por venir. El PNV siempre pasta en prado ajeno. Pronto los etarras irán saliendo de sus celdas, pero ninguno de nuestros muertos saldrá de su tumba. Cadáveres que en la vida y en la muerte creyeron que servir a España era un deber (y una pasión). Esos no, esos no saldrán. Esos han perdido la partida.

Es más, esta semana también se nos ofende con una mesa de negociación en que la patria discute su propia existencia. Una mesa de negociación sobre la autodeterminación en la que los partidarios de la autodeterminación se sientan a ambos lados. ¿Hay mayor desvarío? ¿Qué trapisondista puede concebir semejante aborto? Porque la patria no es suya. Ni a las patrias es lícito, ni aquí ni en lugar alguno, exigirles que se den muerte a sí mismas.

Rota. Tristemente rota. Sin las manos de un buen hijo que la defiendan. Traicionada. Asaltada. Violada. España blasfemada sobre sus muertos. Sobre su unidad de siglos. Sobre su vocación de eternidad. Esta semana hemos dado, de la mano de un gobierno inane, otro paso hacia el abismo. Precisamente de la mano del obligado a velar España. Caras de conejo, ministros por decenas, asesores por cientos y mentiras mil veces repetidas. Hoy, más que ayer, estamos más cerca de ver a los últimos presos etarras en libertad, más cerca de ver rota la caja única de las pensiones, más cerca de ver como los independentistas catalanes imponen su voluntad a la mayoría de los catalanes (que se siguen llamando españoles). Hoy podría haberles hablado del color de las flores, pero eso se parece mucho a callar. Y callar no es una opción cuando violan a tu madre.