Ya van más de 52 víctimas mortales de la violencia de sexo en España en lo que llevamos de año. Se me ponen los pelos de punta. Una vez, una mujer acudió a una comisaría. Estaba cansada de aguantar. La policía fue amable, la escucharon y le ofrecieron protección. Una vez dado el primer paso, todo ocurrió muy deprisa: los agentes llamaron al agresor, le comunicaron que había sido denunciado y que estaba obligado a comparecer en la comisaría. La mujer salió de allí con una sensación extraña: se sentía protegida, pero el miedo no había desaparecido; solo había cambiado de forma. Respiró hondo y pensó que todo iría bien. Este es el procedimiento que se pone en marcha cuando una mujer denuncia la agresión de su pareja o expareja. Me siento aliviada cuando veo que realmente funciona con rapidez y eficiencia. Podría decir que me enorgullece saber que, como mujer, dispongo de recursos para poder hacer frente a los ataques de violencia doméstica que pueda sufrir; saber que se ha hecho tanto por nosotras en este mundo que a veces parece estar hecho para hombres. Pero siempre existe la otra cara de la moneda, las malas personas que intentan aprovechar estas herramientas para hacer daño a otros. Mujeres que usan estos métodos para abusar de sus exmaridos: eso es tan fácil como presentarse en una comisaría y decir que están siendo maltratadas. Deberían avergonzarse por malgastar así las energías y el tiempo de la gente que pone en marcha todos los mecanismos necesarios para que nadie se crea con derecho de tratar a otro como una propiedad. Estas alimañas sin escrúpulos se atreven a identificarse con mujeres que han vivido el sufrimiento en su piel, con mujeres que llevan el miedo tatuado en la cara. Hay mujeres con problemas reales que necesitan la protección que actualmente la ley nos puede ofrecer y, en cambio, usan esa ley para hundir la moral de una persona a la que supuestamente ha querido. Que nadie use mis derechos, los derechos de todas las mujeres, para estos malos fines.

Sonia García Recio **

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