Esto de vivir soportando la persistente olla de grillos que nos asalta en doquier lugar, incluida la habitación íntima de nuestras soledades, saca de los nervios a cualquiera, poniendo en peligro la convivencia pacífica. A punta de bramido días y noches, noches y días, chacales del guirigay más horrendo, nos roban el silencio y encima nos mandan callar. Jamás comprendí por qué uno tiene que aguantar y tragarse la cantinela estridente porque a un tipo (o tipos) le venga en gana. Lo más escandaloso del tronado escándalo es que, a veces, a uno le aconsejan que ha de acostumbrarse al capricho de los emisores para no meterse en problemas. Oiga, que el problema no soy yo, que son ellos, los voceros furibundos. Qué pena esquivar algo horrible y tan repelente, hasta el punto que es un serio problema de salud pública.

Ahora, no sé si porque estamos en periodo electoral y la suma de desesperados pueden dar una buena ración de votos, resulta que la ministra de Vivienda, Carme Chacón , está dispuesta a ser la primera legionaria en tomar filas contra los agresores; porque, va siendo el momento de que el ruido se considere una agresión en toda regla y una intromisión en el ámbito privado de la persona. Al parecer, según ella misma reconoce, son trece millones de ciudadanos los que tienen problemas con el ruido en sus hogares. A esto, hay que sumarle los que tienen el problema de puertas afuera de sus casas. Pero, en fin, señora ministra, yo le reconozco su valor, pero el problema no es sólo de su ministerio, no tome más carga de trabajo que con la política de vivienda ya tiene bastante para quitarle el sueño, entiendo que es un problema del Consejo de Ministros, un problema de Estado, si quiere un problema europeo de los países industrializados o con cierto nivel de desarrollo, aunque bien es verdad que nuestro país es puntero en la contaminación acústica.

Aún así le hago palmas, en silencio claro está, por sumarse a los resignados (aunque sea en periodo electoral) que para dormir tienen que hacerlo cuando el convecino cae rendido a las sábanas. Lo suyo sería donarles un piso o rehabilitarles el suyo, de esos que según dice lo aísla todo, ellos no tienen culpa de tener bárbaros colindantes. Mire lo que le digo, pienso que tampoco es su responsabilidad en sentido estricto. Pero su solidaridad bien vale un brindis. La convivencia cívica es más cuestión educativa que de engordar muros. Es cierto, hemos aprendido a andar por la vida, a volar como los poetas, a nadar como el aire entre las olas; pero no hemos ejercitado todavía el sencillo arte de vivir como personas. A pesar de las buenas intenciones de la señora ministra, que no seré yo quien las ponga en cuarentena, conviene recordar que en muchas ciudades españolas o pueblos, centenares de ciudadanos han tenido que recurrir a los tribunales de justicia denunciando a las autoridades locales por no hacer cumplir las leyes o recurriendo sus ordenanzas por excesivamente permisivas.

*Escritor