Como ya es tradicional, el desfile de las fuerzas armadas del 12 de octubre tuvo como coro los abucheos de una parte del público a Pedro Sánchez. Algo que va con el cargo de presidente del gobierno si eres de izquierdas pues, como dijo Sánchez el año pasado, no iba a ser él menos que Felipe González o José Luis Rodríguez Zapatero. A ese desfile Pablo Iglesias prefiere ni acudir, que para que lo insulten mejor se queda en casa.

Sin duda se trata de una falta de respeto y una prueba de mala educación de esos mismos que se indignan cuando los hinchas del Barça pitan el himno de España, pero congruente con una ideología que ve como natural disponer de privilegios y que lo que vale para mí, para ti está prohibido.

Ser familiar de militar o entusiasta de los uniformes no implica ser muy de derechas, pero muchas veces coincide. Por desgracia, a pesar de la incansable publicidad positiva que se da de nuestro Ejército, los datos son preocupantes: en las últimas elecciones, Vox fue el partido más votado entre los militares, y a tenor de los selfies que se hacían algunos militares con Abascal el pasado sábado, sigue fascinando a no pocos uniformados. Curiosamente, en eso, la mala fama de la guardia civil entre algunas personas de izquierdas, no es merecida en absoluto: en las últimas elecciones, el partido más votado por la Benemérita fue el PSOE, y en nuestra región arrasó, con una amplia mayoría absoluta en los cuarteles extremeños. Curiosamente, entre la guardia civil de Vizcaya, el partido más votado es el PNV. A ver si al final a la derecha le va a dejar de gustar la Benemérita…

Lo del Ejército, en cambio, es para hacérselo mirar, tras tanto hablarse de la «democratización de las fuerzas armadas», un cuento que yo me creí por un tiempo, a pesar de que baste leer la sección «Rompan filas» de la revista El Jueves, redactada por el ex teniente Segura, para que a cualquiera se le caiga la venda de los ojos. Hay de todo en el Ejército, desde luego, pero la tendencia mayoritaria no es precisamente la progresista. Un amigo me cuenta que su primo, de familia muy de izquierdas, «se ha vuelto facha» desde que se metió a militar. «Es que les lavan el cerebro», explica él, apenado, tanto como el padre del chico, que no se cura del disgusto.

En estos casos me acuerdo de un antiguo amigo del instituto, «el Cota», lo llamábamos, que si en 3º de ESO era anarquista, al año siguiente dio un vuelco al otro extremo. En mi carpeta dejó el testimonio de su metamorfosis: en una página la A rodeada de la «anarkía», y en otra la exclamación «viva Franco». El Cota, pequeño y musculoso, se enroló en la Legión, pero al parecer no lo pasó bien, pues por su baja estatura era blanco de todas las burlas: áspero desengaño, que no se si le haría de nuevo cambiar de ideas.

Seguramente la personalidad autoritaria y la obediencia, el saber mandar y obedecer, la obediencia a las jerarquías, cuadre mejor con la personalidad de derechas. Con todo, nuestro país tiene como especificidad que esa obediencia y respeto a las jerarquías no se aplica cuando estas son de izquierdas. La justificación de la rebeldía militar, que escandalizó a los militares leales (como el general Emilio Herrera, un genio de la aeronáutica marginado porque, a pesar de ser de ideas monárquicas, permaneció fiel a la República y murió en el exilio) está todavía detrás de esos insultos, como también de los de los no muy refinados ganaderos que pocos días antes, en la feria ganadera de Zafra, al llegar el presidente del gobierno, lo llamaban «cabrón» y pedían arrojarlo «a los perros». Inimaginable que unos jornaleros se dirigieran de igual forma a Pablo Casado. Y es que, como dijera Antonio Machado, «en España lo mejor es el pueblo» y, añadiríamos, también lo mejor educado.

*Escritor.