La mayor parte de la información que leemos en la prensa o escuchamos en los noticiarios transmite un contenido negativo. Después de oír las noticias del día uno acaba pensando que este mundo va cada vez peor, que la maldad y los desastres nos acechan, y que esto se asemeja cada vez más al infierno. En realidad no es así: las noticias lo son porque hablan de hechos inusuales. Cuando nos informan de un atraco es porque habitualmente no los hay, y si, como es el caso de Barcelona, si se habla de ellos frecuentemente es precisamente porque la noticia reside en su incremento. Todo aquello que no es normal puede ser noticia.

Al parecer, a los seres humanos nos atrae leer, escuchar o ver noticias negativas. Las malas noticias producen miedo y preocupación; esta nos mantiene alerta y nos genera un interés permanente. Algunas cadenas de televisión lo saben y se afanan en contarnos sucesos negativos que nos crearán la dependencia necesaria que les procurará una buena audiencia.

Durante el invierno sigo las noticias diariamente; no consigo desengancharme de ellas y quiero saber a cada momento todo lo que pasa. En cambio, durante mis vacaciones desconecto por completo. Desgraciadamente no poseo la virtud del cooperante siempre comprometido con el sufrimiento ajeno.

En vacaciones me armo de egoísmo y me pregunto: ¿Qué puedo hacer yo si hay un huracán en Florida, un terremoto en Ceilán o una pelea callejera en Móstoles? Nada. Si bastante sufro durante el año con todo lo que me informo, en vacaciones, y aunque esté feo decirlo, me regalo unos días de desconexión por salud mental. Por supuesto, este bloqueo incluye el más radical de los medios: Twitter, una aplicación que ha llegado para informarnos a cada segundo, y que lleva por añadidura una agresividad verbal insólita.

Aprendamos estos días de descanso a gestionar el exceso de información.

Yo lo he probado, y aunque sea por un tiempo limitado, ya empiezo a ser otro.

* Actor