Después de la violenta agresión a una burra en Torreorgaz por varios jóvenes de dicho municipio, el presidente de la Junta, Guillermo Fernández Vara , reflexionó, al igual que el resto de los extremeños, sobre el maltrato animal y lanzó como proclama su deseo de convocar una manifestación sonora y pacífica --valga el oxímoron, ya que vociferar en favor de la paz o la no violencia nunca resulta estridente ni perturbador-- de repulsa contra el maltrato animal. Ahora cabe preguntarse: ¿Quién asistiría a esa manifestación, cuando en Extremadura --y en el resto de España-- la mayoría de los pueblos y ciudades celebran fiestas en la que se utilizan toros o vaquillas que son toreados en una plaza o corridos por las calles de la localidad para divertimiento de los celebrantes? Y ello aprobado por la Junta de Extremadura.

La burra de Torreorgaz fue torturada salvajemente hasta su muerte y es comprensible que cualquiera de nosotros muestre su vena sensible ante semejante atrocidad y exija que se castigue a sus maltratadores. Pero llegados a este extremo, deberíamos también tener en cuenta que un toro sufre al ser lidiado, y que una indefensa vaquilla es golpeada, hostigada, pateada y derribada durante una fiesta popular. Ningún tipo de agresión innecesaria a un animal puede ser justificada. No es lo mismo sacrificar a un animal en un matadero, intentando evitarle sufrimiento, por la necesidad que tenemos los seres humanos de comer carne, que hacerle sufrir por placer, para divertimento o jactancia.

Guillermo Fernández Vara debería pensar que convocar una manifestación contra el maltrato animal conllevaría manifestarse también contra las corridas de toros o las populares sueltas de vaquillas, y teniendo en cuenta que la Junta de Extremadura, que él preside, las autoriza, caería en una incongruencia. A no ser que el eslogan fuese: Manifestación de repulsa contra el maltrato animal, pero sólo de burros y burras .