Los medios de comunicación, de vez en cuando, en todo caso, más de lo que se debiera denuncian situaciones de maltrato en residencias o lugares de atendimiento de mayores, ante supuestas situaciones - de hecho- que nos hacen ver malograr escenarios en los que se suponen están protegidos nuestros mayores. Una edad con la que deberíamos contraer un compromiso en llevar actuaciones tanto normativas, como comunitarias, respecto a lo que, sin duda, se traslucen en estas denuncias en cuanto a la total desprotección en muchos casos, ante la soledad en la que se encuentran, la falta de empatía de sus cuidadores; o la situación de no consciencia de la realidad en la que habitan.

Habría que plantearse, llegado el caso, desde las administraciones tener protocolos específicos de actuación y vigilancias constantes en aquellos centros e instituciones donde moran estas personas.

Una sociedad que no es capaz de proteger a sus mayores no resguarda el concepto de su propia identidad, pues las huellas que dejan, constituyen los cimientos sobre los que conformamos nuestro presente y nuestro futuro. Siempre parece como si la sociedad solo mirara al menor, y no se diera cuenta de que puede existir otro colectivo, también vulnerable, sobre el que hay que prestar atención.

Desde luego cuesta entender cuando se visualizan esas imágenes de maltratos en centros de mayores, el efecto de crueldad con el que se manifiesta; en una especie de descontrol de la situación. Como si ante la cierta sensación de impunidad fuera más factible hacer mayor daño. Es de lamentar. Y por ello convendría poner en marcha protocolos de actuación en los que implicar a organizaciones e instituciones que tienen que ver con la gestión y administración de este tipo de instituciones.

A veces una tiene la sensación de que como reconocemos en esa vida el pasado, no tenemos el mismo interés de reacción que cuando estos maltratos se producen con menores. Y el hecho de la vulnerabilidad es tan similar, como rechazable social, y reprobable criminalmente. Porque se trata de hacer frente a comportamientos que desprecian la dignidad humana, como concepto y como persona.

No convendría perder de vista que la protección a la senectud, igual que podemos hacer con la juventud tiene mucho que ver con escenarios vitales que son tan simbióticos, como antagónicos, unos y otros nos son tan necesarios como la sociedad misma. Y si no que se lo pregunten a muchos mayores que tan valientemente y comprometidamente han sido el sustento de muchos jóvenes en nuestros tiempos de crisis económica.

En este caso, cuando tratamos de mirar hacia nuestro mayores olvidamos que el efecto de nuestro retrovisor no tiene nada que ver con la imagen física que se refleja, sino con la dignidad que representa. La de haber y continuar aferrado a esta vida porque en ella ha sido capaz y sigue siendo capaz de darnos todo lo que muchos somos hoy, y lo que el mañana nos puede aventurar a ser porque antes estuvieron ellos. Por ello el maltrato a nuestros mayores, no sólo es el hecho delictivo de dañar, sino representa el fracaso de la sociedad respecto a aquellos que llegaron antes que nosotros, y contribuyeron a lo que somos hoy.