«Quiero controlarme», dijo cuando fue a buscar ayuda el día después de una discusión. Ya hacía tiempo que vivían juntos y, hasta ayer, nunca se le había escapado la mano, nunca se había planteado que esto era maltrato, de hecho, ahora tampoco lo piensa, solo tiene miedo de lo que pueda pasar si no controla el mal carácter. Cuando empezaron a salir juntos, no quería que fuera con las amigas. No era maltrato, era porque eran unas chicas muy cotillas. Para evitar que se enfadara, dejó de ir con las amigas. No le gustaba cuando hablaba demasiado rato con su madre. No era maltrato, era porque la familia se metía demasiado. Para evitar que gritara, dejó de hablar con la familia. Le reprochaba que se arreglara tanto para ir a trabajar. No era maltrato, era porque la gente pensaría que buscaba rollo. Para evitar discusiones, dejó de pintarse. Le dijo que se vistiera con ropa más discreta. No era maltrato, era porque se había engordado mucho. Hace años que viven juntos. Hasta hace poco, nadie sabía qué estaba pasando. Ahora, los conocidos empiezan a ver algo raro y se preguntan por qué aguanta. Lo hace porque ha sido un proceso gradual. No la pegó el primer día. Se adaptó, poco a poco, a la situación. Al principio eran pequeñas cosas que no tenían tanta importancia y era más fácil ceder que discutir. Después vinieron los insultos, y para que nadie se enfadara callaba. Más tarde, con los golpes en la pared y los muebles, cogió miedo, pero decidió no hacer ninguna cosa que lo pudiera provocar. Cuando recibió la primera bofetada, el agotamiento era tan grande que ya no se veía con ánimos de hacer nada. Ahora, esperemos que no suba la escala de violencia.