Creía que cuidar de una gata convalidaba y aprobaba mi validez maternal. Nada que ver. Los animales son mucho menos exigentes que los humanos.

El gato no necesita atención 24 horas. La cría humana sí. Imagino que ser madre se sentirá como un embarazo prolongado. Porque tu hijo abandona tu cuerpo, pero es una mochila que cargar toda la vida.

Creo recordar que en su ‘Carta a un niño que nunca nació’, Oriana Fallaci describe al feto que se desarrollaba en su interior como un «parásito», que vivía de y por ella.

Todos hemos sido de alguna manera esos parásitos para nuestras madres. Sinceramente, un horror. Seguramente sea egoísta. Pongo mi bienestar y tranquilidad por encima de la entrega a otro ser.

Me dicen las madres que no. Que es normal. Y que, una vez que el niño es tuyo, «pues no te queda de otra». ¿Abnegación? ¿Entrega? No sabría cómo describir la dedicación de una madre. Amor sería el concepto más adecuado, supongo. Y el más bonito.

Pero sería aún más bello si como sociedad compensáramos ese esfuerzo. Ayudas, cheques, un sueldo. Se lo merecen. Más en un contexto de crisis demográfica.

Los datos publicados esta semana son claros: España se vacía. Nuestra región más. En Extremadura la población sigue cayendo. En 2018 el número de nacimientos descendió un 8,1%, al registrarse 7.808. La tasa de fecundidad es de 1,22 hijos por mujer, la séptima más baja del país. Y, según las proyecciones del Instituto de Estadística de Extremadura, la región bajará del millón de habitantes para 2033.

El declive parece inevitable. Y no sólo por el miedo escénico a ser madres. La precariedad laboral, los sueldos insuficientes y la temporalidad en la que vivimos los jóvenes son claves. Un país que quiera apostar por su futuro debe empezar a resolver estos problemas que se han quedado estancados desde el inicio de la crisis y que se están convirtiendo peligrosamente en la nueva normalidad.

Eso y un sueldo efectivo para las madres. Por el mero hecho de ser madres. Por darnos niños. Esa futura fuerza de trabajo para el Estado y la economía. La última esperanza para nuestras pensiones. Y por querernos. Que no es poco.