Uno se queda perplejo por el número en aumento de delitos sexuales. No sé si es que los medios hemos puesto la lupa sobre ellos, pero me da la impresión de que es un fenómeno in crescendo y que ya no hay quien lo pare. Los abusos a menores copan los titulares de prensa y, lo que es peor, los perpetrados por menores o las violaciones en el seno familiar. De locura.

Los expertos dicen que la principal arma para luchar contra esta epidemia es la educación. Pero la educación es un barniz que se aplica lento y cuyos resultados son a futuro. Hemos llegado a una cultura de la fiesta en la que todo vale. Los sanfermines son un ejemplo. Agentes especializados de la Unidad de Atención a la Familia y Mujer de la Policía Nacional se han tenido que desplazar a Pamplona para prevenir acciones contra la libertad e integridad sexual. No creo que la diversión tenga nada que ver con magrear a una muchacha o a un muchacho. Nada lo justifica. Pero en el delirio de la manada parece que todo es posible.

Un ejemplo es lo sucedido en octubre de 2016 en Manresa. Seis jóvenes están acusados de haber violado, por turnos, a una chica de 14 años que estaba ebria durante un ‘botellón’ en una fábrica abandonada. La víctima tiene estrés postraumático y mucho miedo a que no la crean. Efectivamente, me parece inconcebible que estas cosas sucedan en el siglo XXI. Pero pasan.

No sé dónde está el origen de estos deleznables comportamientos grupales. Creo que Jordi Évole puso el dedo en la llaga en un programa sobre sexualidad y juventud. Cuando el único o el principal referente de las relaciones sexuales son las películas porno el resultado es un desastre. Los chicos quieren implementar acrobacias en sus relaciones afectivas. Además, el porno promueve un modelo de relación en la que solo importa el deleite del varón. No hay educación sexual. No hay misterio en el amor. Todo se ha perdido, disuelto en la irracionalidad de la manada. Refrán: Cinco puercos son manada.