TtConocí a Manuel Vaz-Romero en los años 90 cuando yo todavía era un crío en los medios de comunicación. Escritor, investigador, crítico de arte, historiador, doctor y tantas cosas más que no llevan un título y que se transmiten con la entrega y el estudio.

Se nos marchó la semana pasada de este mundo donde lo tangible es lo inmediato y donde lo valioso no se ve con los ojos. Siempre me pareció un tipo único, con la raya al lado, su afabilidad y ganas de contar en qué nuevo libro estaba metido. Imborrables los minutos de radio que compartimos y la humildad que siempre transmitió. Hasta cuando los demás hacíamos gala de nuestra necesidad de aprender de quienes leen más y dedican su vida a lo que más les gusta.

Manuel Vaz-Romero se merece un lugar en la ciudad donde vivió. Un sitio que nos recuerde su figura al pasar, las páginas que dejó escritas y las que le quedaron por terminar. Un auténtico hombre del Renacimiento del siglo XX, entendido como el estudioso que no se las da de erudito, pero que luego demuestra lo mucho que sabe con solo abrir la boca.

Recuerdo ahora su ronquera ocasional, ese porte de hombre elegante y señorial que tenía como buena costumbre saludarte con el calificativo de amigo y al que sería bueno homenajear para siempre.

Sucede a veces que las ciudades, nuestras vidas, se hacen mejores porque personas como Manuel Vaz-Romero nos enseñaron su visión de un cuadro, los perfiles históricos de aquellos presidentes de la diputación o, sencillamente, la aproximación a aspectos de nuestro entorno que, de otra forma, nos hubieran pasado desapercibidos.

A veces me detengo en las esquinas de Cáceres para intentar saber a quién se le dedicó esa calle y que dejó en la intrahistoria de mi ciudad. Me gustaría pasear algún día por la de Vaz-Romero.