Te vas a la cama y tienes a tu mujer o a tu marido allí al lado, pegado a ti, hombro con hombro. Le das un beso en la mejilla y te despides de ella con un hasta mañana que bien pensado es un saludo extraño, porque parece que fueras a partir hacia un viaje muy largo, de ocho horas, o como si marcharas hacia un lugar lleno de peligros de donde es incierto el regreso, cuando la realidad es que en ningún otro instante del día estáis tan próximos ni durante tanto tiempo y resulta difícil imaginar un sitio tan a resguardo como tu propia cama. Sin embargo, cumplimentamos este rito cada noche. No hay nada de extravagante en considerar el dormir como un viaje, puesto que, mientras dormimos, como si se tratara de recorrer el mundo en un vagón de Renfe, no somos dueños de nosotros al cien por cien y cualquier eventualidad puede ocurrirnos. Abandonamos nuestro cuerpo debajo de las sábanas y si en esos instantes habla o ronca o emite otros sonidos o aromas de desagradable apercibimiento es su propia responsabilidad.

Podríamos afirmar que nos completamos cuando somos dueños de los dos imperios, de la mente y del cuerpo. Es éste un matrimonio donde ambos cónyuges, como en todo matrimonio, necesitan descansar el uno del otro durante una buena porción del día. Por eso es que la enfermedad y el dolor físico son tan terribles, porque no dejan a la mente desengancharse ni un instante del cuerpo, la obligan a permanecer aferrada a la carne, en contra de su natural ansia de volar hacia otras esferas más etéreas, que es como si a usted le obligaran a estar las veinticuatro horas del día mirando a su señora hacer la plancha, lo cual no deja de ser un suplicio por más que su señora sea la mismísima miss universo.

Lo mismo podemos decir de los que están privados de la facultad de desengancharse de su mente, los condenados a vivir en perpetuo trato con sus pensamientos, sin intervalos. Y estoy pensando en los tetraplégicos, pienso en esas personas que por estar desprovistas de las sensaciones físicas, y por lo tanto del dolor corporal, pudiera parecernos que su sufrimiento es de una categoría inferior, aunque nadie que esté en su sano juicio duda que es una apreciación equivocada, que su sufrimiento es de los más terribles, porque se ven condenados a vivir a medias, viudos de sí mismos. Por supuesto que estoy pensando en Ramón Sampedro y en Javier Bardem y en esa última película de Amenábar , Mar adentro , en la que se reflexiona sobre un hombre "cuyo único Dios es su conciencia". Quienes tienen alguna fe en el más allá consideran la vida como un tránsito y, como Job , se sienten dispuestos a soportar lo que les echen con tal de obtener en la eternidad sabrosos premios; pero también los hay que no creen o que dudan de cualquier trascendencia. Para esos, el dolor intolerable o el estar postrados durante larguísimos años en una cama de hospital no deja de ser un simple tormento por el que quisieran pasar de puntillas y cuanto antes. Es mi parecer que a los primeros hay que respetarles sus creencias e incluso ayudarles a que su vida sea todo lo larga que Dios haya dispuesto para ellos; del mismo modo, a los segundos también habría que respetarles las suyas y concederles la ocasión de salir de la vida cuando su voluntad lo considere oportuno. Séneca lo hizo. Es un acto de humanismo. También los guerreros cristianos llevaban una espada pequeña al cincho con la que ahorrarle agonías al enemigo a la que llamaban "misericordia".

*Escritor