Nuestros políticos y hombres de mayor renombre también lloran. Desde hace años vemos el lento declinar de Adolfo Suárez, sumido en la ignorancia de sí mismo, de su propia biografía y de sus recuerdos familiares. También acabamos de conocer otro golpe moral en vida que afecta al exalcalde y expresidente de la Generalitat de Cataluña, Pascual Maragall: Tengo alzhéimer. Una enfermedad terrible, angustiosa, que en los últimos años ha acompañado hasta el último momento a muchísimas personas a quienes, en el mejor de los casos, hizo regresar a su infancia, con el correspondiente olvido de su propia biografía, familiares y circunstancias vividas. Pues bien, Pascual Maragall, en el momento inmediatamente posterior a su anuncio de que abandonaba de una vez por todas el PSC-PSOE, ha compartido con todos esa otra información sobre su propia salud: es un enfermo de alzhéimer, probablemente aún en una fase inicial, pero que con bastante probabilidad, y en un tiempo aún indeterminado, avanzará y se hará cargo del personaje y su circunstancia hasta anularlo. En realidad, Maragall afronta esta nueva etapa de su vida con el coraje que afrontó otras anteriores: quiere luchar y vencer al mal. Ha dicho que "en ningún sitio está escrito que este mal sea invencible", y que si con anterioridad se responsabilizó de poner en marcha unos juegos olímpicos exitosos y de acometer la tarea de redactar un nuevo Estatuto catalán, ahora se ve en la necesidad de "ir a por el alzhéimer", una enfermedad degenerativa que asola y mata a quien elige.

Por el hecho mismo de su enfermedad, Maragall, de repente, ha pasado a un espacio distinto al de los políticos en activo o al de los políticos jubilados. Pasa a dar pena, a originar preocupación, al igual que ha sucedido en los últimos años con Adolfo Suárez que, hasta cierto punto, habría podido observar, y hasta reírse, de su nueva situación: cesan las críticas, y hasta los recuerdos de eventuales errores o malas jugadas. Estas personas, por la maldita gracia de su enfermedad, pasan a una especie de limbo infeliz en el que de nada se enteran, pero también en el que han terminado los ataques personales y políticos. Todas son bondades y amabilidades a su alrededor. De repente, dejan de tener enemigos políticos. Como si en esas circunstancias nuevas les importara algo.