No era difícil de prever que la capacidad de adaptación a la crisis iba a tener a uno de sus protagonistas en el sector de la distribución. No es de ahora que grandes multinacionales y cadenas locales, con sus hipers y súpers, mantienen una larga y feroz competencia, con políticas agresivas de compra y absorción entre competidores, dados los estrechos márgenes con los que operan. La caída generalizada del consumo, pese a que se trate de cadenas proveedoras de bienes necesarios, también les ha alcanzado. Y la respuesta de todos ellos ha sido replantearse el recurso a las marcas blancas, aquellas que el consumidor no puede identificar a través de la publicidad, pero que presentan un precio atractivo frente a un producto idéntico de un competidor.

Siempre que se respete la norma de que el consumidor tenga información y se cumplan los requisitos de seguridad, la marca blanca es una buena alternativa para que las familias afectadas por la crisis satisfagan sus necesidades. Pero también debe contemplarse otro extremo: la presión de la gran distribución sobre los fabricantes y la agroindustria y su primer proveedor, agricultores y ganaderos. La crisis obliga a estos equilibrios y es bueno que toda la cadena de proveedores se adapte.