Ni siquiera el debate de investidura de Rodríguez Zapatero de la semana pasada ha conseguido apagar los ecos del encarnizado combate que se libra en las filas del PP como consecuencia del segundo fracaso de su presidente, Mariano Rajoy, en unas elecciones legislativas. Muy al contrario, en algunos círculos del partido se ha afeado que ese combate haya tenido lugar precisamente en los días en que Rajoy debía fijar su posición para toda la legislatura.

Pasada la balsámica sensación de derrota dulce de la noche del 9 de marzo, una especie de ataque de pánico se ha apoderado de una parte del PP, imposible aún de cuantificar, que, al grito de "no podemos volver a perder", se ha puesto a la tarea de abordar ya la sucesión del hasta ahora cabeza de cartel. La presidenta de la comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ha sido la primera, y hasta ahora única, que ha jugueteado con la idea de presentar una lista alternativa en el congreso que los populares celebrarán en junio en Valencia.

Aguirre, que sopesa los apoyos que puede obtener en un arriesgado pulso con el actual jefe, cuenta con importantes respaldos. No tanto del interior del PP, que ya se ha visto que las principales organizaciones regionales le dan la espalda y cierran filas en torno a Rajoy, como del conglomerado mediático de algún periódico y emisora nacionales. Así, en las tertulias de la Cope y en las páginas editoriales de El Mundo o de Libertad Digital, es donde se está escenificando la operación de acoso y derribo de Rajoy.

La militancia del PP tiene todo el derecho a abrir un debate sobre la necesidad o no de que su actual líder siga en el cargo. Y es bueno que haya disputas democráticas entre distintas opciones dentro de los partidos. Nadie debería rasgarse las vestiduras por ello. De hecho, el PSOE vivió debates traumáticos desde que Felipe González abandonó la secretaría general del partido, en junio de 1997, hasta que Zapatero logró por sorpresa la victoria en las legislativas del 2004.

Ahora bien, la actual porfía en el PP no solo afecta a la propia organización. Lo que en definitiva está en juego, como señalan con inusual crudeza los comentarios que estos días pueden leerse en la prensa y escucharse en la radio, es la forma en la que los populares van a ejercer la oposición. Para los defensores de Aguirre, el pecado mortal de Rajoy es no seguir planteando un choque frontal contra Rodríguez Zapatero, es decir, dar continuidad a la, según se ha comprobado en las urnas, estéril política de los últimos cuatro años. Por eso el nombramiento de Soraya Sáenz de Santamaría como portavoz del PP en el Congreso ha sido leído por los sobrevenidos enemigos de Rajoy como un gesto de blandenguería. Ellos son los que están aterrados por que el demagógico discurso antiterrorista desaparezcan del primer plano. Paradójicamente, los que suspiran con desbancar a Rajoy para ganar en el 2012 se escudan en que el PP necesita un debate de ideas, y las que ellos proponen son justamente las que le han llevado a perder.