XAxunaque muchas veces no lo parezcan, los maridos son seres humanos. Unos seres humanos que al cabo del día no sólo reciben múltiples acusaciones de inutilidad, sino matemáticas demostraciones de ello. No sabemos por qué la naturaleza, que es tan sabia, ha permitido la existencia de unos seres humanos tan desvalidos que un simple catarro les impide salir a comprar un detergente, tan poco dotados para cualquier esfuerzo casero, tan poco inteligentes a la hora de quitar los papelotes de la mesa, tan propensos al cansancio y mucho más proclives a la partida de cartas que a fregar los platos. Están tan familiarizados con las nuevas tecnologías que son capaces de solucionar los problemas del vídeo, las malas conexiones del televisor e incluso hacen fluido el discurrir de un ratón sobre una gomita verde o azul, pero no se sabe por qué causas están incapacitados para arreglar un frigorífico, descubrir los defectos de una lavadora o lograr que el horno consiga asar debidamente las viandas. Quizá se deba a una mutación maligna.

Sin embargo ellos no lo saben, pero son unos genios. Las esposas lo tienen comprobado aunque jamás lo reconocerán, pues de hacerlo no podrían nunca decirles lo inútiles que son para todo. "¿Para todo?", preguntará él. Porque ya se sabe que el marido puede admitir que es un inútil, e incluso presumir de ello, para "casi" todo. Y en ese "casi" solamente existe una habilidad que él presupone, aunque ella siempre apostillará: "Mucho hablar y luego nada de nada". O sea, que es mejor resignarse con la inutilidad total y no hacer preguntas tontas, pues por lo menos te queda la duda.

Bueno, estaba diciendo que los maridos son unos genios y sus esposas lo saben. Un ejemplo. Entre las habilidades propias del marido está la de saber sentarse como nadie en un sillón y leer el periódico a cualquier hora del día, preferiblemente a la hora en la que más tareas hay que hacer en la casa. Esa coincidencia conduce a que en varias ocasiones deba correr, es un decir, en auxilio de su esposa para acarrear una fuente, abrir una lata, llamar a la peluquería para solicitar hora o incluso abrir la puerta al del butano, a quien recibe con mala cara porque sabe que este individuo solamente le trae trabajo extra. Es entonces cuando la esposa hace una petición con la que demuestra que confía plenamente en sus capacidades intelectuales, su sagacidad y dotes detestivescas y sus abrumadores conocimientos de la psicología femenina. "Tráeme eso que está allí". Un lingüista dirá lo que le dé la gana de las partículas demostrativas y los adverbios de lugar, pero aquí no sirve para nada. ¿Habrá alguien capaz de llevar el objeto solicitado? Lo hay y la esposa lo sabe, pues cuando es consciente de la dificultad del encargo aclara: "En el ése". Por muy imposible que parezca, el marido lo encuentra y lo lleva. Y además lo hace sin darle importancia. ¡Qué genio! ¡Qué humildad! Y que no se le dé un uso adecuado a una cabeza como ésa.

*Profesor